Aquí no sirve nada

Pintura: Víctor Rodríguez / @victorrodriguez

20:33 horas

Dormir es más fingir que dormir.

Apagas las luces, te acuestas, cierras los ojos y finges que duermes o estás muerto. Pasa el tiempo hasta un punto en el que pierdes toda noción y, sin saber exactamente cómo, el sonido se va y entras en modo de reposo.

La vida es más fingir que cualquier otra cosa. Te sientes solo, finges que te agrada alguien, que te gusta y en algún momento esa persona se convierte en la más importante de tus rutinas. 

La última noche que pegué el ojo nos soñé en una capilla. Traías puesto un vestido de novia y cargabas flores blancas entre tus manitas. 

En el sueño trataba de levantar tu velo para besarte, pero de tus ojos, tu boca y hasta de tus orejas salían ratones marengos, mojados y con colas negras.

21:12 horas

Los seres humanos dormimos el setenta por ciento de nuestras vidas. Es lo que dice el estudio de una universidad poco prestigiosa que publicamos ayer en el Sol de Abajo, el diario en el que trabajo. 

A los académicos les gusta hacer análisis ociosos cuando no están roncando y a los periodistas nos encanta publicar ese tipo de basuras para irnos temprano a casa. 

En mi cabeza imagino que trabajo en una redacción cuyo lenguaje oficial no es el albur y que los horóscopos picantes que escribo los sábados son realmente investigaciones que destapan algún caso de corrupción, pero escritas en clave.

Fingir, después de todo, es buscar que algo falso se vuelva cierto o al menos tolerable con base en la mentira y la constancia.

21:35 horas

El Sol de Abajo es oficialista, misógino y de mal gusto, pero tiene espacio para las bellas artes. Es lo que me digo cuando escucho las ideas que propone Max, mi imbécil editor, para el suplemento cultural.

Somos el diario que publica más desnudos y personas calcinadas en toda la ciudad, pero el fin de semana nos ponemos el frac para entrevistar a prestigiosas videntes, cantantes de merengue o pseudocientíficos que predicen temblores. 

A petición de doña Ana Viderique de Olmos, esposa del honorable Panchito Olmos, dueño de nuestra casa editorial, esta semana escribo un reportaje sobre el significado de los sueños.

“Lo necesito para ayer, cabrón”, me apuró Max saliendo de la sala de juntas. Doña Ana es conocida por ser una fetichista de lo sobrenatural y por cortar cabezas a la menor provocación. 

¿Cuál es el colmo del reportero? Aparecer desmembrado en la primera plana.

22:00 horas

Existen sueños tan específicos que parecen no tener lectura. Desde que te fuiste, por ejemplo, he soñado varias veces con un perro que me sigue. Es negro, tiene una oreja caída y siempre trae una vara para jugar. No la suelta por más que trato de quitársela.

Tal vez ese es el juego: aferrarse a cosas sin valor. 

Por lo general estoy con él en una hacienda con el pasto crecido y descuidado. Cuando caminamos nuestras sombras se entrelazan hasta que se funden en un solo cuerpo y forman una figura humanoide con una verga gigante y peluda.

Después de un rato, al perro le entra la chiripiorca y se va corriendo. Y me pone triste porque parece que ha sido para siempre. Pero después vuelve. Siempre vuelve.

Ese perro negro quizá soy yo mismo. O un cerebro esquizoide.

22:46 horas

La palabra fingir viene del latín fingere que significa modelar. Lo googleé tres veces. En esta vida posmoderna ya no es necesario saber o aprender cosas, siempre y cuando tengas a la mano un teléfono con internet. 

Soy una caricatura de escritor. Traigo puesto un saco de pana, me fumo unos alitas sin filtro y voy por mi cuarta taza de café negro mientras intento teclear.

El café nunca me ha ayudado a despertar, nada más me da taquicardia. Aun así practico el ritual de siempre mientras navego en la penumbra y espero que se desenrede el nudo creativo.

En estas horas con la cara frente a la pantalla y con el deadline saliéndome al paso, me masturbé, volví a revisar el álbum de fotos de nuestro fin en Tepoztlán y hasta pensé en mi epitafio. Todo en el orden de siempre. 

El ánimo del ritual es justo este: repetir cosas sin sentido esperando que su suma resulte en algún milagro razonable. Pero la página sigue en blanco.  

23:15 horas

Los sueños son una cosa curiosísima. Dormimos casi toda nuestra vida, sin embargo, casi nunca soñamos. Los científicos todavía no tienen un catálogo de sueños recurrentes, pero me atrevo a pensar que la caída de dientes, el desnudo involuntario en la secundaria y la muerte a manos de un cholo son los primeros en la lista.

Los sueños son una cosa rarísima. Y su lectura es aún más compleja y engañosa. ¿Tienes una muerte violenta y gráfica en un sueño? Magnífico. Esto significa que vas a emprender una nueva aventura. Al menos es lo que dicen los expertos de las páginas onirománticas que consulto para escribir.

Las cosas son así de absurdas: sueñas que te mueres y eso significa que vas a conocer al amor de tu vida. Pero que a tu inconsciente no se le ocurra soñar con que no traes zapatos, porque la cosa se pone fea. 

Dormimos mucho y, en cambio, soñamos poco. Casi todos sabemos querer, pero pocos sabemos amar, cantaría el pendejo de Max si leyera esta línea. 

Es increíble que seamos tan malos en algo que hacemos tan seguido. Dormimos todas nuestras vidas y cuando soñamos ni siquiera lo hacemos a placer. 

Pero no soy nadie para criticar. Escribo diez notas al día y no puedo contra la página en blanco del reportaje que encargó la odiosa de Viderique. 

Busco varias definiciones de la palabra ritual en la red, pero ninguna me satisface tanto como la mía. Mucho menos la de los viejitos de la RAE.

1:28 horas

Además de creer en la medicina espiritual y el feng shui, Ana Viderique es asidua a predicar con frases de filósofos pop. En las últimas semanas su gurú de cabecera ha sido Edward Murphy, el ingeniero al que se le atribuyen un montón de leyes derivativas; si algo malo puede pasar, pasará. ¡Claro!

Las personas con dinero, como Anita, son capaces de modificar lo que quieran. Incluso pueden hacer que una frase francamente pesimista como esta se convierta en un salmo del evangelio de la autosuperación.

El reportaje de los sueños me ha enseñado un par de cosas: lo difícil que es escribir cuando es lo único que buscas y que Murphy quizá no estaba tan equivocado. Las cosas siempre salen mal, ¿verdad, mi amor?

3:33 horas

Fumo —resignado— mi último cigarro. Es inevitable: no entregaré el encargo a tiempo y me van a despedir. Ya es muy tarde. Tengo la mirada cansada y me entró una temblorina del diablo. Aún si supiera las palabras precisas… estoy condenado. Y, para colmo, creo que me estoy volviendo medio loco: escucho chillidos de rata en todos lados. 

La duela de la sala chilla como rata cuando camino rumbo a la cocina a servirme más café. Al respirar, en mi nariz suena un resoplido chillón, como un ratoncito que fue molido a palazos y da sus últimos suspiros. Hasta la silla de mi estudio rechina como rata nalgona cuando cambio mi postura.

Los científicos dicen que la superficie de la Tierra está cubierta en su mayoría por agua salada, pero eso es falso. Hay más ratas que agua salada en el mundo.

La casa está infestada de ratas invisibles. Entraron por la coladera abierta, por el retrete y otras se formaron por generación espontánea mientras estaba concentrado empujando teclas y escribiendo el pinche reportaje.

Escucho pisadas raudas y livianas que se ocultan y desaparecen debajo de la sala. ¿Las ratas pueden morir de incertidumbre? Google voy a tener suerte.

4:40 horas

¿Recuerdas la última vez que nos vimos? Aquella noche querías ir a cenar a ese restaurante ruso que salió anunciado en la tele y te terminé llevando al mismo buffet chino de siempre, con sus rollos primavera todos mantecosos y rellenos con trozos de una carne imposible de identificar.

La sopa de wontón, tu favorita, estaba fría e inexpresiva como tus ojos. El kung pao, por el contrario, estaba delicioso y muy bien presentado. Un poco ácido, claro, pero por primera vez estaba seguro de que estaba comiendo pollo de verdad en ese local. 

Entonces dijiste aquello de que no podías seguir con lo nuestro, dejaste un billete de cien en la mesa y saliste del Ka-won-seng sin mirar hacia atrás. Si tan solo la sopa no hubiera estado tan fría… 

La culpa es de los chinos. Esos culeros tienen la culpa de todo.

En este barrio hay más restaurantes de comida cantonesa que gatos callejeros. Los chinos se comieron a todos los gatos —en un condimentado Meow Mein— que se tenían que comer a todas las ratas que ahora están hasta en mis sueños.

Los sueños son una cosa diabólica. A veces tienes a la mujer de tu vida frente a ti en un altar y eso significa que nunca vas a volver a saber de ella. 

Somos

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