El espectáculo único del día, del año y de la época: Jack Dempsey en México
Para un hombre que acostumbraba viajar en ferrocarriles que corrían a más de noventa millas por hora, la travesía desde Ciudad Juárez le resultó lenta y aburrida. Eso confesó Jack Dempsey, campeón de peso completo, a “Sportsman” y “Little Ball”, cronistas deportivos del periódico Excélsior que lo alcanzaron en la estación de Teoloyucan, Estado de México, a solo treinta y seis kilómetros de la capital. Cuando subieron al vagón, la tarde del 26 de octubre de 1925, Dempsey jugaba al póquer, pero suspendió la partida para recibir a los reporteros. Tras las presentaciones de rigor, los tres personajes entraron a un apartado dentro del mismo vagón para conversar.
El campeón estadounidense se sentía incómodo. Durante el viaje no había podido ejercitarse como acostumbraba y, muy a su pesar, dejó sus negocios en Los Ángeles, California: la administración de su lujoso Hotel Santa Bárbara, sus minas, la venta de lotes y las películas en las que malamente actuaba.
Sin embargo se sentía feliz de estar en México. Le gustó que a lo largo de la ruta, en cada estación donde se detenía el tren, cientos de personas se acercaban a conocerlo. Señaló que le causaba pena ver tanta pobreza, aunque no al nivel de la miseria que había visto en Europa y en otros países que había visitado.
Jimmy Fitten, secretario particular del campeón y también boxeador, contaría después a los cronistas que Dempsey repartió tanto dinero entre los mexicanos pobres que prácticamente se quedó sin nada, condición que para el campeón nacido en Manassa, Colorado, en 1895, resultaba familiar. Proveniente de una familia de granjeros pobres, William Harrison Dempsey trabajó en campos madereros, minas y astilleros. Después se fue a Utah, donde comenzó a boxear para ganarse unos cuantos dólares al día. Gracias a Jack Kearns, su mánager, las ganancias de Dempsey empezaron a ser más abundantes, lo suficiente para comprar, a las afueras de Salt Lake City, un terreno de dos acres, con una casa y una vaca para sus padres.
Mientras el tren se acercaba a la Ciudad de México, “Sportsman” y “Little Ball” le preguntaron sobre su esposa, la actriz Estelle Taylor, quien a última hora no pudo hacer el viaje debido a la firma de un contrato en Hollywood.
Luego hablaron de la supuesta nariz de parafina del campeón. Se decía que un cirujano plástico le había colocado una nariz de cera para sustituir a la otra, tras tantos golpes recibidos. Dempsey dijo que la historia era falsa y dejó que “Sportsman” se la apretara para comprobarlo. El cronista la encontró “más fuerte que una roca”.
Cuando la locomotora entró a la estación Colonia, los gritos de la multitud opacaron el ruido de la máquina y de las ruedas sobre los rieles. Dempsey y sus acompañantes, los “sparrings-partners”, Jack Lee y Jack League, Jimmy Fitten y el presidente de la comisión de box de Estados Unidos, el señor De Gress, se alistaron para bajar.
El clamor de la multitud era ensordecedor. Los carteles que anunciaban la pelea de exhibición que Dempsey ofrecería el 31 de octubre en “El Toreo” de la Condesa —en la que se enfrentaría a sus sparring partners—, no se equivocaban cuando hablaban de un “acontecimiento único en la historia de México”.
La estación estaba tomada por miles de personas que coreaban una y otra vez el nombre del campeón. Jack Dempsey, “el asesino de Manassa”, el hombre que casi había matado a Jess Willard en el primer round de la llamada “Carnicería de Toledo”, y quien derribara siete veces, también en el primer round, a Luis Firpo, “el toro salvaje de las pampas”, se paralizó al observar a las más de diez mil personas que entre gritos y porras le pedían que bajara del vagón. Eran las 6:40 de la tarde.
Aunque el número no se comparaba con las noventa mil personas que el 14 de septiembre de 1923 abarrotaron Polo Grounds, en Nueva York, para ver la primera pelea del siglo protagonizada por Dempsey y Firpo, ahora, en suelo mexicano, el campeón de los pesos pesados tuvo miedo de que la multitud lo destrozara.
Dempsey decidió hablar con la gente, apelar a su sentido común y pedirle que se retirara en orden. Salió por la portezuela del vagón y cuando logró que la multitud guardara silencio, agradeció las muestras de cariño y luego pidió que se fueran, pues no quería que alguien resultara lastimado. Sin embargo, tras escuchar la traducción del mensaje del “marqués de Queensberry”, el gentío respondió con más gritos y entusiasmo. Nadie ni nada les impediría llevarlo en hombros hasta el Hotel Regis.
Preocupado, Dempsey regresó al vagón. Sus dos gigantescos sparrings y el señor De Gress lo miraron con desasosiego. En la estación no había un solo policía; salir por la puerta principal era un suicidio.
A De Gress se le ocurrió que la mejor manera de escapar era por medio de un engaño. Había que hacerle creer a la multitud que el campeón bajaría por el primer vagón, cuando en realidad lo haría por el pullman. Es probable que el secretario particular se encargara de buscar un coche de alquiler que esperaría a Dempsey y a Jack Lee afuera de alguna de las puertas que daban hacia la calle de Sullivan, para llevarlos hasta el Hotel Regis, en Avenida Juárez. Entonces, Dempsey se encaminó hacia el primer vagón, sacó su cabeza a través de una de las ventanillas y gritó “¡Viva México!”, atrayendo al gentío y exaltando aún más sus ánimos. Después, a paso veloz, se dirigió hasta el pullman, del que seguramente debió salir cubriéndose con el sombrero.
Abordó un “fortingo”, nombre con el que se apodaba la Ford T. El chofer, al reconocer al pasajero, supuso que realizaría la más importante e inolvidable de sus dejadas. No le faltó razón para pensarlo.
Antes de que el coche llegara al Paseo de la Reforma, alguien descubrió el engaño. Al grito de “¡Por aquí va Dempsey!”, las diez mil personas se lanzaron como una avalancha afuera de la estación hasta darle alcance al fordcito.
Lo que siguió después se describe en la crónica del Excélsior como “una nube de langostas” que literalmente cayó encima del coche. Las portezuelas salieron volando por los aires, después los faros y los espejos, siguieron las llantas que no soportaron el peso de la multitud ni sus embates. En el colmo de la euforia, la gente arrancó los asientos y el toldo, ante las miradas descompuestas de Jack Dempsey y su sparring, que no sabían si empezar a repartir golpes para salir de aquel infierno de brazos o dejarse llevar por la marea humana.
Dempsey perdió el saco, el sombrero y el fistol. Cuando reaccionó, lideraba una ruidosa procesión que congestionaba los dos sentidos de la más famosa avenida mexicana. Un sujeto lo llevaba en hombros, cientos más le tocaban las piernas, otras le arrojaban sombreros a la cara. Por su parte, Jack Lee se abría paso entre las personas tratando, inútilmente, de proteger a su patrón.
En el cruce de Avenida Juárez y Reforma, justo a la altura del “Caballito”, sucedió un verdadero deus ex machina: cincuenta jinetes de la policía montada cabalgaron hacia la marcha. Al pie de la estatua ecuestre de Carlos IV sometieron a la multitud, uno que otro oficial sacó la pistola y en medio de dimes, diretes y algunas patadas y empujones, tras media hora de forcejeos, la tropa les arrebató a Dempsey. En ambos flujos de la avenida la circulación se interrumpió, paralizando el paso de los tranvías. “La aglomeración que se formó no tiene precedente en la historia de la ciudad”, decía el periódico al día siguiente.
Al mismo tiempo, el señor De Gress llegó a la escena en un vehículo Chrysler. Con el campeón sano y salvo, atravesaron Reforma y dieron vuelta en Avenida Juárez hasta llegar al Hotel Regis, cuyas inmediaciones se encontraban rodeadas por más policías que contenían a la muchedumbre dispuesta a asaltar el hotel.
Dempsey subió a su habitación, la 436. Aunque las crónicas de la época cuentan que lo primero que hizo fue salir al balcón para saludar a la multitud, lo más seguro es que tras recuperarse de la impresión y ponerse otro traje, o al menos una camisa nueva, Dempsey se dejó acariciar por las potentes luces de los reflectores colocados en la acera de enfrente. “Muchachos, ¡viva México!”, gritó.
***
Al día siguiente, Dempsey fue a saludar a James R. Sheffield, embajador de Estados Unidos. De la calle de Niza, sitio donde se hallaba la embajada, se trasladó a las oficinas del Excélsior. No se aprendió la lección de lo ocurrido en la estación Colonia: las instalaciones del periódico en la calle de Bucareli estaban invadidas por cinco mil personas.
En cuanto vieron llegar el Chrysler, volvieron a abalanzarse para tocar al campeón, que a pesar de los empujones no dejó de sonreír y saludar. Al entrar al edificio, la marcha hacia el elevador resultó una verdadera proeza.
Dempsey tardó más de dieciocho minutos en recorrer los escasos veinte metros que separaban la puerta del elevador.
Al entrar a la redacción del diario, en el tercer piso, Dempsey saludó a todos diciendo “¡Hello, boys!”.
Próspero Mirador, periodista del periódico, describió así a Jack Dempsey:
“Vestía un traje gris decente, sin exageraciones ‘balonísticas’; en medio del chaleco, la sobria cadena de platino del reloj; una corbata ni última moda ni de cualquier hijo de vecino y, por añadidura, un pañuelo de fantasía, finamente puntuado, discretamente sacando la lengua por la bolsa delantera del saco, y tan incitante que algunas muchachas se lo pueden arrebatar como le pasó no ha mucho, en un baile, al Príncipe de Gales”.
La descripción de este testigo de primer fila hacía énfasis en la imagen contraria que todos esperaban del fiero boxeador: “Todos lo esperábamos corpulento, algo así como un Sansón yanqui escapado del ‘ring’, quebrando ilusiones de admiradores como si se echara a andar entre lirios. Lo esperábamos con la cara bronca, fieramente bronca, saludando apenas, endurecido de tanto ver esa fiera embestidora que es el público boxista”.
En realidad, a Dempsey lo “valiente no le había quitado lo cortés”, como escribió Mirador: “Sabe ser simpático, que es ya mucho decir en estos momentos, en que uno solo de sus puñetazos bastaría para decirnos que aquí está”. Según la nota del Excélsior, tras salir de nuevo a la calle y esquivar todos los obstáculos que se le presentaron, el hombre cuya mano estaba valuada en un millón de dólares por puñetazo, regresó al hotel y pasó el resto de la tarde conociendo los “principales paseos de la capital”.
Jack Dempsey se fue a entrenar a San Ángel, cuyo clima le recordó el de su “bella California”. Corría largas distancias en los distintos caminos y senderos del pueblo; luego “tiraba” box con sus sparring partners, y finalizaba con una rutina en la punching bag.
El sábado 31 de octubre se anunciaba en todos los periódicos el gran acontecimiento deportivo, solo comparable con las presentaciones de Enrico Caruso también en El Toreo de la Condesa:
HOY, EN “EL TOREO”
A las 8,30 de la noche.
EL ESPECTÁCULO ÚNICO
DEL DÍA, DEL AÑO Y DE LA ÉPOCA
JACK DEMPSEY
Campeón del Mundo, boxeará 4 rounds con los gigantes americanos:
JACK LEE, CAMPEÓN DE SAN FRANCISCO
y JACK LEAGUE, CAMPEÓN CHICAGO.
DEMPSEY, agradecido por las múltiples atenciones que ha recibido, mostrará al público “quién es Dempsey”.
Además de este suceso, que no volverá a verse en México, se disputarán:
CARLOS PAVÓN vs. CARLOS ARTURO RUIZ.
CAMPEONATO DE PESO LIGERO JR.
RENATO TORRES vs. DANIEL FLOR NAVARRO.
CAMPEONATO LOCAL DE PESO MEDIO
TOMMY WRITE. Campeón de la República, defenderá su título de
LOUIE GARCIA, Campeón Mexicano, que vino expresamente de Los Ángeles, a esta pelea.
Todos los servicios completos y perfectos.
Sombra $4. Sol $3.
Para evitar aglomeraciones, los boletos de Ring, Barreras y Numerados, se venderán en Gante 13; y los boletos de entrada general a Sombra y Sol, en Gante 13 y en López 6, hasta las 6 ½ de la tarde, después en las taquillas de la Plaza.
Con los boletos prácticamente agotados, veinticinco mil personas se preparaban para saborear el arte de Dempsey, “el campeón universal, [que] representa […] la fuerza física y la acción terrible del puño, que sabe derribar a sus poderosos contrincantes, con la serenidad de los gladiadores en el circo de la antigua Roma”.
Como sucede con las peleas de campeonato modernas, las tres peleas anunciadas en el cartel no interesaban al público, tal y como lo resumía una nota del Excélsior: “Como ya dijimos al principio de esta nota, Jack Dempsey nos deleitará con cuatro rounds de boxeo clásico, por ser el maestro de este arte, y creemos que los cuatro rounds que boxeará con Lee y League, tendrán más interés que cualquier pelea de las pocas de gran peso que desgraciadamente hemos visto en nuestro aún raquítico asedio deportivo”.
La información del día 31 destacaba la presencia del presidente de la república, Plutarco Elías Calles, junto con su gabinete, junto con empresarios, industriales, damas de sociedad y todas aquellas personas que pudieron pagar los palcos y lugares especiales cerca del ring, por lo general personas que no sabían mucho de boxeo y que asistían solo por la importancia social de la pelea.
Según la crónica de “Little ball”, aparecida el 1 de noviembre, a las 10 horas y 20 minutos de la noche, Jack Dempsey salió al ruedo, vistiendo una bata en tonos “plomo y rosa”, saludando a la afición que volvió a gritar la ver al gran hombre que llevaba seis años ostentando el campeonato del mundo.
Una vez arriba del ring, y tras las presentaciones, inició el primer round. Dempsey comenzó a golpear a Jack Lee, de 180 libras y campeón de la marina estadounidense, aunque sin desplegar todo su arsenal. La velocidad del campeón era evidente, lo mismo que su fuerza. Aunque los rounds eran de exhibición y estaban pactados a dos minutos, Dempsey boxeaba como si se tratara de una pelea en serio.
Para el segundo round, Dempsey golpeó con fuerza la mandíbula de su sparring y lo depositó en la lona para satisfacción del respetable. En un acto de caballerosidad, el propio Dempsey levantó a su oponente y siguieron peleando hasta que la campanada dio por terminada la primera parte de la exhibición.
Continuó el otro sparring, Jack League, de 220 libras de peso, y campeón del Ejército de los Estados Unidos.
No había transcurrido el primer minuto cuando Dempsey, que ya entraba en calor, soltó un potente derechazo a League, quien no resistió el embate y terminó en la lona bocabajo. De nueva cuenta Dempsey lo levantó y aunque el sparring acertó algunos golpes a la cara, muy poco daño hizo a su patrón.
Para el segundo round, el propio Dempsey animaba a League a que tomara la iniciativa. Como buen cazador, el campeón aprovechó la andanada de golpes de su rival y un descuido en la guardia para conectarle un izquierdazo y luego un uppercut asesino que terminó por derribarlo otra vez.
Como el boxeador tardaba en incorporarse, Jimmy Fitten subió al ring a echarle agua en la cara.
Cuando League recuperó el sentido, despertó en los brazos de Dempsey, quien le sonreía para anunciarle que ya todo había terminado.
El público vitoreaba de pie a Dempsey, a quien apenas habían visto pelear durante ocho minutos, pero ya se sabe de la fidelidad del público mexicano.
Sin más que hacer, y puesto que nadie podría darle pelea, Dempsey se bajó del ring y camino hacia los vestidores, estrechó las manos de aquellos que se encontraba en las primeras filas, posó para las cámaras y después se fue a descansar al Hotel Regis y a preparar las maletas para salir muy temprano hacia la ciudad de Monterrey para brindar otra pelea de exhibición.
Aunque su partida no registra más desmanes ni daños a terceros, después de su accidentada presentación en México, la estrella de Jack Dempsey comenzó a declinar.
El 23 de septiembre de 1926 perdió el título de los pesos pesados contra Gene Tunney; la revancha, celebrada un año después, el 22 de septiembre, arrojó el mismo resultado. Esa fue su última pelea.