De vuelta en el clóset

“09, junio, 2006. 

Diario:

Bueno, aquí estoy otra vez. Las cosas van de mal en peor. Me siento de la verga y déjame decirte por qué. Primero: Rodrigo, a quien consideraba mi mejor amigo, me abrió de sus planes. O sea, le valgo madres y la neta se me hizo súper mal plan. Luego, Mauricio, se ha convertido en un hermano y estoy empezando a sentir cosas muy extrañas con él. Vas a decir que qué puto, pero hay momentos en los que siento que me gusta. El martes vino a mi casa, estuvimos jugando y sin querer me agarró la pierna y lo volteé a ver; él también me vio. Nos quedamos viendo y después quitó su mano, pero no sé, fue raro. Te juro que ahora no me conozco, no sé quién soy, me siento diferente y eso me tiene con la duda de si seré gay o no. Me tiene mal”. 

Pasta dura, cobertura de plástico brilloso. Tiene un dibujo animado de Harry Potter, que vuela en una escoba sosteniendo una snitch dorada, con un semblante de orgullo. “Dario de vida”, se lee con una caligrafía chafa al lado derecho de la cubierta frontal. El cuaderno tiene dos ganchos pequeños, que al juntarlos forman una abertura para colocar un candado. De hecho, está puesto, pero no es difícil quitarlo, pues es una de esas porquerías que venden en cualquier mercado y que puedes abrir con un pasador de pelo. No tengo más que jalar los dos extremos para abrirlo. 

La fachada de este libro no corresponde a lo que escribí adentro. Tiene páginas cuadriculadas de colores que cambian cada 50 o 60 hojas; de rojo a azul, de azul a verde, y así sucesivamente. Cualquiera pensaría ahí hay dibujos con trazos torpes y simples, simulando casitas y personas de palo. Pero no es el caso: es un diario que empecé a los 10, en diciembre de 2002. Hace dieciocho años.

 ¿Cómo es que este inventario de memorias no tuvo cabida en mis recuerdos a lo largo de todo este tiempo? Han pasado casi dos décadas y no tuve ni idea de sus existencia hasta hace un par de semanas. 

Infectado por la cultura del wellness de la que uno se rodea todos los días en Instagram, decido que es buena idea darme un tiempo “para mí” y visitar la casa de mis padres, de la cual me mudé hace dos años. El objetivo es recuperar mi memoria portátil, donde guardo todos los archivos y fotos que he acumulado por años. Siempre he tenido una obsesión por tenerlos en orden, y pienso que es un buen momento para echarme un clavado en ella.

 Sin sorpresa alguna, me encuentro con que la que entonces fue mi habitación es ahora una especie de bodega informal. Camisas recién planchadas de mi papá, libros, artefactos diversos en mi cómoda, en el escritorio. La cama, que alguna vez fue mi lugar de paz, está adornada con una zapatera transparente de plástico, con pares de mi mamá. Busco mi memoria portátil donde la guardaba: en una bolsita de baño azul (cuyo fin es alojar objetos de arreglo personal para un viaje) dentro de un estante del escritorio. No está. “¿Dónde chingados la guardé entonces?”. Inspecciono mi cuarto, miro de un lado a otro al más puro estilo del famoso GIF de John Travolta. “Pos quién sabe…”, pienso. Entonces veo ese cajón corredizo debajo de mi cama. Aunque tengo una vaga idea de su contenido y estoy casi seguro de que no está ahí, decido abrirlo retirando la bolsa de plástico llena de polvo que lo cubre. Abro, busco, después de un par de minutos de manotear adentro, diviso el cuaderno con la caricatura de Harry Potter de la cubierta.

Sin pensarlo, lo saco. De pronto todo regresa a mí. Tenía mucho más pelo, era lacio, unos ojos muy grandes para el tamaño de mi cara, tristecillos, orejón a madres, blanquecino y a veces medio amarillento. Probablemente medía un metro menos. Podría decirse que era un poco amanerado. Casi siempre vestía con shorts, gorra, calcetas y un par de tenis blancos con una plataforma gigantesca que ahora son trendy. Una playera de Pokémon seguro, porque toda mi vida he sido fan y en muchas fotos que tengo de niño salgo usando una. 

Me da la sensación que uno experimenta en los últimos minutos del capítulo final de una serie. ¿Qué va a pasar? ¿Lo va a matar o no? ¿Le va a decir que lleva años enamorado de ella? ¡Díselo, y termina con esta tortura, por favor! La emoción me sube por el pecho y se apodera poco a poco de mi garganta. Empiezo a leer, pedacitos de mí borbotean en mis adentros. La primera entrada, escrita el 28 de diciembre de 2002, dice:

“Hoy me divertí mucho, fui al Centro, compré un control para el Nintendo y grabé con Fernando la película de Harry Potter y la Cámara Secreta. La verdad me la pasé muy padre… Desayuné cereal y jugué con el Nintendo. Le doy gracias a Dios por todo lo que me ha dado”.

 Sonrío. Estoy solo en esta casa, pero siento como si me tapara una cobija enorme. Como si unos brazos enormes me abrazaran y mi mente se expandiera cada segundo, hasta formar una especie de galaxia en mi cabeza. Mis papás están en Irapuato desde hace casi tres meses (porque covid-19), pero escucho sus voces, hablan de la primaria, de mis maestras, de las vacaciones de diciembre. Me arropa su calor. Quizá alguno de los tres derramará una lágrima, pero estoy tan eufórico y nostálgico que se me hace un nudo en en la garganta. 

Empiezo a leer. La redacción comienza un 28 de diciembre con mi emoción (en frases simples) por el año nuevo; es 2003, antes de la entrada del 1º de enero. Hay una página con una estampa del logo de la casa Gryffindor de Hogwarts, similar a la portada que uno haría en su cuaderno de Ciencias Naturales. En mis sueños de ese momento pertenezco a la casa de los valientes. Pienso: “Vaya que sí me he enfrentado a basiliscos en la vida real, así que no hay mejor casa para mí que Gryffindor”. Me llama la atención que en varias hojas escribo: “Doy gracias a Dios por todo lo que me ha dado”. Dejé de practicar la religión católica hace varios años, sin embargo, pienso que probablemente debería haberle agradecido a Dios más seguido por seguir vivo.

En una de las entradas expreso mi deseo de darle un primer beso a alguien, y en otra, más adelante, hay un breve relato de la “afortunada” que unió sus labios con los míos por primera vez. Me dan escalofríos. “¡Pinche escuincle precoz!”. Aunque después, con un poco de trabajo, me remonto por unos segundos a esa época, cuando yo era lo que se podría calificar como un “tetazo”.

Llego a la entrada del 9 de junio del 2006, citada al principio. La leo rápidamente, recordando con exactitud ese momento. Termino y la leo de nuevo para evocar los detalles. Estábamos sentados en esta misma cama, con el uniforme de la secundaria puesto. Mauricio tenía una historia familiar complicada, que nunca terminé de comprender, y por ello siempre era más factible que se fuera a mi casa a la hora de la salida, antes de que pasaran por él a la escuela. Otras veces se iba a casa de otros de sus amigos. Típicos güeyes que jugaban futbol en el recreo y regresaban al salón apestando a chivo, motivo por el que, a veloces arcadas, las maestras abrían el salón de clases después del recreo. Pinche peste a hormonas en pleno apogeo.

 Algunos días Mauricio se iba conmigo para evitar quedarse solo afuera de las instalaciones de la escuela, a escasos dos minutos de mi casa. Mauricio no era particularmente guapo, pero tenía muchísimo carisma. Moreno, estatura promedio, de complexión atlética, cabello oscuro muy chino y con lentes. Era un niño muy simpático, noble y educado. Todas las maestras lo querían y odiaban al mismo tiempo. Era la definición del chavito popular de la secu, amigo de todo el mundo que hacía reír hasta a la directora. “Pinche güey desmadroso”, pienso, mientras me seco una lágrima que intempestivamente me brotó del ojo derecho. Nunca tuve sentimientos románticos hacia Mauricio, siempre fue mi amigo de verdad, mi “hermano”, pero la adolescencia no distingue amistades y, al parecer, tampoco género.

Esa tensión sexual inocente que uno siente de chavito es inevitable. A veces te pasa con la gente más inesperada, que te traiciona y con la que te sale el tiro por la culata. Nunca pasó nada con Mauricio, al día de hoy no es gay ni ha experimentado íntimamente con otro hombre. Supongo que el momento narrado fue una mala jugada de sus hormonas coqueteando con las mías. Siempre he sido una persona muy articulada para expresar mis emociones, así que mi despertar sexual le resultaba fascinante a Mauricio y a un reducido grupo de amigos con el que pasaba horas conversando sobre lo que pasaba por mi mente. 

Supongo que la tensión sexual es común entre los adolescentes y sus amigos más cercanos. Pero en mi caso era diferente. Mauricio y yo íbamos en una escuela católica (vivencias que uno puede encontrar en los videos de Paco de Miguel), donde los roles de género eran mucho más marcados. Si bien no fui a la secundaria en los años veintes, la situación para los adolescentes de la comunidad LGBT+ se ha transformado considerablemente de unos 10 o 15 años para acá. Era muy claro lo que se suponía que los niños de esa edad debían estar haciendo. Había un temor constante de lanzar a quemarropa que mis intereses estaban lejos de ser los “convencionales”.

Yo no encajaba con los estereotipos de un adolescente heterosexual común y corriente de secundaria, que juega futbol, que se jode con sus amigos varones pellizcándose los pezones, que hacen intentos inverosímiles de atraer la atención del grupo de las niñas guapas y populares, y muchas otras muestras del desarrollo de lo que hoy se denominaría “masculinidad tóxica”. 

Eso cambió en la preparatoria. Hasta entonces era aterrador ser diferente. Y aunque lo disimulaba muy bien al tener más o menos una buena relación con la mayoría de los grupos, era evidente que algo pasaba conmigo. Que no se mal entienda: no estaba ni cerca de saber quién era en realidad, sólo sabía que era diferente. Mi sexualidad no estaba limitada, pues estuve enamorado de algunas niñas y tuve relaciones y momentos lindos con ellas, pero sabía que algo en mí no era “normal”.

 Me atemorizaba la idea de ser gay porque estaba lleno de prejuicios. La información con la que contaba al respecto, era lo que escuchaba en los pasillos de la secundaria. “Les gusta que se lo metan por donde ya sabes”, “se visten de mujer y se les ven los huevos”, “les da Sida”, “dan asco, son antinaturales”. Y no faltaban los insultos homofóbicos: “puto”, “maricón”, “joto” y demás floridas expresiones que Mauricio y sus amigos empleaban para molestarse entre ellos o para referirse a alguien que claramente no era digno de su simpatía.

 Finalmente me di cuenta que era momento de enfrentar la realidad. “Soy gay”, me dije un día. No había vuelta atrás y había que hacer algo al respecto. Ok, aceptado. Y ahora. ¿Por dónde se empieza? ¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Se organiza una rueda de prensa para anunciarlo? Recordar que en aquel tiempo pensaba que los gays debían rendir cuentas sobre su preferencia sexual, hoy me da ternura, porque con el tiempo aprendí que no le debes explicaciones ni respuestas a nadie sobre quién eres y por qué. 

Sin embargo, creía que el “reconocer” que era gay era sinónimo de “aceptar” que lo era. ¡Qué equivocado estaba! Reconocerlo fue dejar de evadir mi realidad y ser consciente de que lo que veía en el espejo era un adolescente homosexual. Punto. La aceptación, en cambio, fue un trabajo constante, acompañado de momentos difíciles, pero también cargados de adrenalina, romances duraderos y fugaces y mucho cariño y amor de mi familia.

 Mientras pienso en todo eso, saco un Camel de la cajetilla y abro la ventana de mi cuarto. El silencio y la quietud que hay en Ciudad Satélite son una bendición, sensaciones que aprecio cada que estoy por aquí después de haberme mudado a una zona concurrida de la Ciudad de México. Afuera está fresco y hace un vientecillo muy ligero que se cuela un poco por la ventana. Me veo en la misma cama pero como un niño inocente pensando que vivirá una vida difícil, llena de baches y tropiezos, y que se enfrentará a una sociedad que lo relegará a un mundo reservado para los pecadores y sucios. Alguna vez, incluso, llegué a imaginar una vida en la que mi desayuno sería un cóctel de drogas duras, contrayendo múltiples ETS mortales en algún festín sexual Calígula-style cada fin de semana; viviría en algún cuchitril con paredes sucias, colchones sin forro sobre una base de metal oxidada, el suelo lleno de ceniceros con colillas y botellas vacías (el cliché). Claro que el mundo ha cambiado y hoy estoy mucho más informado, pero mi cuerpo no puede evitar revivir la angustia que experimenté.

Exhalo el humo de mi Camel y otra lágrima brota inesperadamente de mi ojo derecho. ¡Qué daño hace la sociedad con la desinformación y los prejuicios sobre la comunidad LGBTTTQ+! Nadie está exento de encontrarse de frente con el límite de su existencia y echarse un clavado al vacío. Construimos oportunidades sobre esa frontera. Hoy entiendo que las segundas, terceras y cuartas oportunidades no solo existen para los heterosexuales. El contraste entre el pasado y mi percepción actual me revuelve el estómago, pero me da paz y gratitud. Todo está ahí.

 El sonido de varias vibraciones prolongadas me saca de mi ensimismamiento. Es Oscar en mi celular: “¿A qué hora vienes, amor?” Veo de reojo el reloj y me doy cuenta de que han pasado unas dos horas desde que llegué a casa de mis papás. “Salgo en 15 al depa”. Lo que quedaba del Camel ya se consumió en mi cenicero junto a la ventana. La última entrada está escrita en el 2006. Cierro el libro, coloco el candado pensando que probablemente eso podría disuadir a su próximo lector de abrirlo y lo guardo en el cajón debajo de mi cama. Reflexiono un momento  y lo vuelvo a sacar. Lo abro y me dirijo a la última página. Hago un poco de espacio en el escritorio y me siento, dispuesto a escribir. “¿Cómo se escribe en un diario?”, pienso. 

  1. Increíble narración. Y definitivamente la sociedad ha sido muy cruel pero aplaudo incansablemente a las personas que han tenido el valor de aceptar que el amor no es exclusivo de los heterosexuales.

  2. Hola mi niño lindo, acabo de leer tan maravillosas líneas, mis ojos se llenan de lágrimas ya que me siento tan orgullosa de ti, al describir cada momento tan perfectamente descrito,tu hogar, tu momento a solas, me sentí a tu lado viviendo cada emosión, te abrazo con mi corazón por qué así, debe vivirse,libre, feliz, ser tú, gozar tus momentos, la vida es una mi corazón y nadie debe detener, ni tiene el derecho de decir lo contrario, lo más importante es que cada paso que das sea para que seas muy feliz, sonrias como siempre, como desde pequeñito y realices todo aquello que te gusta, has sido un ser humano fuerte,ya que estuviste con todos esos fantasmas internos que te lastimaron, pero gracias ha eso eres ahora la persona más triunfadora, segura y que caminas con pasos firmes, te mando un abrazo con todo mi cariño sincero, tienes una amiga por siempre, te quiero mucho mi niño lindo, que dios te bendiga. P.d. muchas gracias por darme la oportunidad de aprender de ti!!! Besossss

  3. Muchas Gracias por compartir tu historia. Es una contribución para que todos entendamos más lo injusto y desconsiderado que es el mundo dominado por un pensamiento hetero-normativo que no considera a los que son diferentes, que por cierto no son pocas personas, conforman un buen número de ciudadanos del mundo que por supuesto merecen respeto, aceptación y un trato igualitario. Bendiciones a todos aquellos que se ven orillados a luchar contra eso, cuando que en realidad no debería de existir la necesidad de esa lucha, no debería existir la discriminación ni por raza ni por orientación sexual. Luchemos todos por un mundo mejor.

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