Habitar la gran Tenochtitlanga

¡Los días en la ciudad! Los días pesadísimos

como una cabeza cercenada con los ojos abiertos.

Estos días como frutas podridas.

Días enturbiados por salvajes mentiras.

Días incendiarios en que padecen las curiosas estatuas

y los monumentos son más estériles que nunca.

Declaración de Odio, Efraín Huerta

La ciudad fue tomada por los intereses del Capital y le dejó de pertenecer a la gente, decía el filósofo francés Henri Lefebvre en su libro de 1968 El derecho a la ciudad. En él, aboga por “rescatar al hombre como elemento principal, protagonista de la ciudad que él mismo ha construido”. Henri decía que la vida colectiva se puede construir sobre la base de la idea de la ciudad como producto cultural, colectivo y, en consecuencia, político. La ciudad es un espacio político donde es posible la expresión de voluntades colectivas; espacio para la solidaridad, pero también para el conflicto. El hábitat construido por los administradores de las ciudades nos ha empujado a dislocar nuestra noción de habitar, condenándonos a la persecución interminable de no-lugares, espacios de tránsito creados para el consumo, más que para el habitar.

Pensar en la cantidad de gente que vive en la Ciudad de México, reconocida como una megalópolis cuya mancha urbana se encuentra con diferentes estados alrededor, me lleva a pensar que en la noción de hábitat propuesta por Lefevbre, la periferia de la capital del país está constituida por enormes colonias dormitorio en las que la gente solo llega a dormir sin tener la oportunidad de habitar sus propios espacios. Así, la forma en la que los espacios, lugares y rostros muestran la ciudad se convierte en un ejercicio aparentemente vacío de vida y de sentido, lleno únicamente de utilidad.

Habitar la gran Tenochtitlanga, exposición orquestada por el sello Producciones El Salario del Miedo y la Pulquería Insurgentes en el marco del Primer Encuentro Intergaláctico de Nueva Crónica Mexicana, se encuentran las miradas de nueve fotógrafas y fotógrafos que recorren con sus lentes la Ciudad de México y reinventan sus rostros, sus espacios y sus símbolos. Habitar con la mirada la ciudad que se transita, exige poner atención en los detalles y estar alertas para advertir el acontecimiento; pero, sobre todo, exige caminar, vagabundear, entrar en las entrañas del monstruo para des-cubrirlo en todas sus posibilidades y facetas.

primer encuentro intergalactico de nueva cronica mexicana

Pablo Salazar

Comenzamos esta unión de miradas con la magia de los monumentos de Pablo Salazar y su Diana Cazadora, continuamos con las piernas surrealistas capturadas por René Velázquez de León, que nos abren la puerta para encontrarnos con las intensas miradas de Manuela, capitana del equipo trans de futbol Las Gardenias de Tepito, retratada por Omar Gámez, y Cristal, una mujer como tantas otras que aborda el transporte público cada día para cruzar la ciudad y llegar a su trabajo. Habitar la urbe sin recorrer el transporte público es imposible, por eso la fotografía de Brenda Martínez nos sube al posible viaje de Cristal, quien tras bajarse del camión, entra al Metro y se enfrenta a las miradas penetrantes de Los Acosadores que la observan fijamente.

Al terminar el día, nuevamente Brenda nos sube a un camión donde un tipo apodado “el Bala” lanza la clásica frase “Yo no vengo robarle, vengo a pedirle una moneda amablemente…” El tipo recorre el autobús en medio de las miradas perdidas de los transeúntes que cruzan el tiempo y el espacio como espectros cansados. Tal y como lo hace el Bala, mucha gente trabaja en el Metro y vive del él. Ese podría ser el caso de la imagen que nos regala Miguel J. Crespo en la que aparece un tipo que lleva a sus espaldas todos los santos del mundo mientras los rayos naranjas de la velocidad del Metro provocan una sensación de levedad.

Levedad como esa sensación que provoca el enamoramiento y que hace que entre el caos y la intensidad del transporte lleno, un abrazo parezca un oasis, un respiro necesario ante la urgencia del trajín citadino. Estas tres imágenes amorosas de Soledad Violeta conversan directamente con los miles y millones de besos y abrazos que llenan el espacio todo y nos recuerdan que aún en las peores circunstancias, siempre habrá un poco de luz.

Andrea Rabasa retrata a una pareja de la tercera edad en uno de los tantos muros decorados de la gran Tenochtitlanga, que parte por la mitad nuestro recorrido de emociones urbanas justo en el momento en el que la oscuridad se hace presente y comienza a caer la noche. Entonces, entramos al primer bar de la mano de Juan Carlos Ruíz Vargas, experto explorador de rincones nocturnos, y nos adentramos al Fiuma, una cantina cerrada para los mortales y abierta para todos aquellos dispuestos a dejarse seducir por la oscuridad y el alcohol. Con el Pajarito como cantinero, y después de unos tragos de tequila, nos encontramos con las fotos de Irving CabelloEl tiempo nos conduce hasta las fotos de Irving Cabello. Estas nos desvelan los rostros duros de dos mujeres trans que habitan la madrugada cantando las canciones de sus artistas favoritas, reinventando el espectáculo acompañadas por sus tragos más queridos. La escena de este tugurio con show en vivo danza con una imagen más de Juan Carlos en la que la calma chicha de la soledad alcohólica nos embriaga hasta casi caer rendidos en la barra. Cerramos la noche con el baile infinito de esos borrachos profesionales (hombres del alba) que viven para beber y beben para vivir, no importa la diferencia. Logramos cruzar la puerta de esta casa-cantina y nos encontramos de frente con lo que el lente de Miguel J. Crespo Miguel J. Crespo nos muestra: un dulcero en silla de ruedas que ofrece paletas, chicles y cigarros a mitad de una calle oscura para sobrellevar los amargos sabores noctámbulos.

Llegamos a la parte del sueño y como nos lo muestran Brenda Martínez con su niña dormida bajo la mesa de venta en un tianguis o Andrea Rabasa con el recolector de basura descansando sobre la montaña de un camión repleto, cualquier lugar es bueno para visitar a Morfeo en esta ciudad que parece nunca dormir. Más despiertos que las personas se miran los maniquís de René Velázquez de León o la ventana rota de un hospital abandonado en Tlatelolco, que nos enseña Omar Gámez. Entre esta permanente ensoñación, un edificio sacudido por el movimiento de la cámara nos obliga a cerrar nuestro paseo volteando hacia las alturas, Quizá para encontrar la calma del cielo y recordando a ese ángel de bronce que vigila a todos los habitantes de esta ciudad que siempre está a la espera de ser habitada.

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Rene Velázquez de León

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Omar Gámez

Primer Encuentro Intergaláctico de Nueva Crónica Mexicana

Brenda Martínez

Primer Encuentro Intergaláctico de Nueva Cronica Mexicana

Brenda Martínez

Primer Encuentro Intergaláctico de Nueva Cronica Mexicana

Brenda Martínez

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Miguel J. Crespo

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 Soledad Violeta

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 Soledad Violeta

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 Soledad Violeta

 Primer Encuentro Intergaláctico de Nueva Cronica Mexicana

Andrea Rabasa

Primer Encuentro Intergaláctico de Nueva Cronica Mexicana

Juan Carlos Ruiz Vargas

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Irving Cabello

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Irving Cabello

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Irving Cabello

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Irving Cabello

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Juan Carlos Ruiz Vargas

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Juan Carlos Ruiz Vargas

Primer Encuentro Intergaláctico de Nueva Cronica Mexicana

Miguel J. Crespo

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Brenda Martínez

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Andrea Rabasa

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René Velázquez de León

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Omar Gámez

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Pablo Salazar

 

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