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Hospital covid: ¿A qué piso va?

La mitad de mi infancia la pasé internada en hospitales. Los recuerdo huecos, fríos. Ingresaba por la noche: una crisis de asma, los pulmones se comprimían, me quedaba sin fuerza. No podía respirar. Era muy delgada, frágil, me cargaban hasta el taxi para irnos a la clínica de urgencias. Dentro, el frío calaba bajo la bata blanca con el logotipo deslavado y un penetrante olor a cloro, que se iba en cuanto aspiraba el Salbutamol que salía de la mascarilla.

La covid ha tenido blancos principales, personas con alguna enfermedad como asma, hipertensión o diabetes, que en México es una dura herencia familiar. Este virus se aloja en los pulmones. A las que tenemos falla en el sistema respiratorio se nos ha considerado población de riesgo. Mi enfermedad se encuentra controlada, el médico que me atendió en la última crisis me lo dijo: el asma se controla en la juventud y regresa con mayor fuerza en la vejez. Por eso nunca pienso en ella.

Primera maniobra

¿A qué piso va?, me dice el policía. Al piso cuarto. Pase ahí. Me muevo hacia la derecha, una mujer con bata blanca cubierta de otra bata color azul me apunta con una máquina que toma la temperatura. Treinta y seis, dice, mientras aplasta sobre mis manos una botella que huele a alcohol un par de veces. Con los ojos me indica que me puedo ir. Operaron a mi hermana, está en el cuarto piso. Son las once de la mañana, apresuro el paso hacia la entrada para los pacientes internados en el Hospital Regional Puebla ISSSTE

El 20 de marzo de 2020 se anunció que en México iniciaba la emergencia sanitaria por el virus SARS-CoV-2, el mismo que se había instalado en todo el mundo. No salir de casa, mantener distancia entre personas, no asistir a bares, restaurantes, escuelas y por supuesto los hospitales. Hasta el 14 de marzo, previo a que se instalara el confinamiento, se habían reportado dos casos positivos en la ciudad.

Bostezo plenamente por la impunidad que da el cubrebocas, dormí dos horas en una silla rígida de hospital público. En el cuarto hay tres camas, por la contingencia sanitaria solo se usan dos. La señora que está a un lado se rompió el pie; su intervención tendrá que esperar un poco más; tiene hipertensión no controlada, habrá que atender eso primero para después hacer la operación. 

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Arte: @duyi.han

¿Qué le pasó?, dice el ortopedista que nos recibe. Iba caminando, se me torció un pie y luego el otro, contesta mi hermana mayor. Siéntense, ahorita las llamamos. De la clínica de urgencias nos mandaron para acá, le cambiaron ahí el embalaje del pie, llevaba uno improvisado. No tuvieron máquina de rayos X, una herramienta indispensable para la detección de la covid en los pulmones. Los hospitales públicos llevan tiempo con carencia de material, medicamentos, personal y hay sobrecupo de pacientes. Con la contingencia internacional resisten otra embestida mientras siguen atendiendo a los enfermos. 

Los pasillos del hospital se ven vacíos, con poco movimiento. Sé que no debo estar aquí, tengo asma, soy parte del grupo vulnerable ante la nueva enfermedad. Mientras voy hacia la salida, un hombre de bata café me dice: llévate todo lo de valor, aquí nunca se sabe si vas a encontrar completo lo que dejaste. Despierto por completo mientras asiento con la cabeza. Con el codo, el camillero aplasta el botón Planta Baja y la luz roja nos anuncia el destino. Me hago a un lado para dejar pasar la camilla, camino detrás de ella. Hasta aquí, dice el vigilante, anótate. Saco mi lapicero, ya no prestan, y escribo sobre el espacio consecutivo de la lista. Va tardar la intervención, me dice, te hablo cuando acabe, solo no te vayas muy lejos para que me escuches. 

Salgo a buscar el desayuno. Llevo doce horas sin comer debido a la preocupación del accidente. Todo pasó muy rápido, no alcancé a cenar algo antes. En la banqueta frente al hospital se asoman tortas, jugo, café. Pienso en la contingencia, la recomendación de no tocar nada; estoy preocupada y hambrienta. Pido una torta y un jugo, me quito el cubrebocas y engullo lo más rápido que puedo. 

¿A qué piso va? Planta baja, respondo, mi familiar está siendo operada. Me toman la temperatura, me dan gel y entro.

Al 16 de abril de 2020 se reportaban 306 casos positivos, 44 defunciones y 99 personas hospitalizadas. Había camas suficientes. En una ciudad con más de seis millones de habitantes, el número de personas ingresadas no representaba un desborde para el hospital. Les dieron una careta, no la querían usar, bromeaban incluso: quién se la va a poner, no es para tanto esta enfermedad. Algo así escuchó mi hermana mayor del personal médico mientras la metían a la sala de operaciones.

No parecían preocupados, ni yo pensaba en la covid, me preocupaba mi recuperación, cuánto tiempo iba a pasar para caminar, por qué me pasó y en los dos pies, decía. A lo mejor fue porque eran los primeros días de la epidemia y aún pensábamos que iba a durar poco. No nos imaginábamos esto. 

Durante el cambio de turno del hospital entró la enfermera. Nos dijo algo de mala gana que ignoré, entre mi sueño y las ganas de no estar ahí. La enfermera que se iba le dijo así no se hace, ten cuidado, refiriéndose al cambio de suero. El regaño cambió su actitud. Cuando se acabe el suero me avisan, mientras viene el doctor para firmar el alta. Se van hoy, entre menos tiempo estén aquí es mejor para todos. 

Segunda maniobra

—¿Puedes venir? Nos dijeron que no me puedo quedar, que para el turno de la noche debe ser una mujer quien la acompañe, porque la enfermera es muy especial.

—¿A qué hora llego?

—A las nueve.

Es mi cuñado al teléfono, mi hermana mediana dio a luz el seis de mayo al último integrante de la familia. Lo conocimos por una fotografía tan pronto regresaron al cuarto en el área que el hospital ISSSTEP acondicionó para los partos que sucedieran durante el confinamiento

¿A qué piso va? Al quinto, me anoto y firmo. Pasando la puerta a la derecha, me dice la mujer policía. Me hicieron una radiografía antes de entrar a la sala de operaciones, dice mi hermana, dijeron que la radiación no afectaría en nada al bebé, es un aparato pequeño, hacerla era importante para descartar covid. Escuché a un par de doctoras comentar que con los filtros de seguridad que tendrán, deberán cambiarse de ropa a la entrada, bañarse a la salida. Las escuché preocupadas, yo solo pensaba en que el parto no tuviera complicaciones. 

Con poco más de novecientos casos positivos, 196 defunciones y 355 personas hospitalizadas, otra era la forma de ver a la enfermedad. Empezaron los contagios masivos, con ello la muerte de trabajadores de la salud. Los ataques de odio al sector en el transporte público, incluso en sus autos. Era noticia nacional. Tener un uniforme blanco los ponía en riesgo, la justificación de estos actos eran: nos pueden contagiar. 

Siento que el tiempo es lento. El encierro ha transformado los horarios. Una pisada en falso y el deseo por un hijo me trajeron al hospital en medio de la contingencia sanitaria, la felicidad y preocupación se hicieron presentes, el miedo siempre está. Ser población de riesgo me mantiene en alerta, subo y bajo de ambos hospitales por las escaleras, me hace falta condición física, pero no me puedo arriesgar. Toco las superficies lo menos posible, el virus está latente y el hospital es su hogar.  

¿Como te sientes?, le pregunto a mi hermana mientras cargo a mi sobrino. Estoy muy cansada y adolorida, lo que sigue a un parto, lo bueno es que me dieron una habitación aislada de las demás personas. Luego llega la enfermera a darle indicaciones sobre la leche materna, que mi hermana responde con dudas sobre información que había buscado antes. La enfermera le sonríe y acusa a la mujer de la habitación contigua, ella le dio formula a su bebé porque no le sale la leche y le duele, ya la regañé, eso no se debe hacer. Si necesita algo me despierta, usted va por mí, me dice, le respondo sí fuerte porque el cubrebocas corta la sonoridad de la voz. 

La entrada de la médico residente me avisa que ya es otro día. Me levanto de la silla incómoda y cargo al bebé, que sigue durmiendo a placer. Te pido que pongan por escrito lo que sucedió en la sala de parto. Durante la intervención introdujeron de más la aguja de la anestesia, el doctor encargado de la cesárea regañó a todo el mundo, me cuenta mi hermana. Ya los van a dar de alta dice otra enfermera, revise que lleve todos sus papeles, esperemos que no tenga que volver, aunque estamos lejos del área de covid, es importante que se vayan lo más pronto posible. 

Bajo por última vez las escaleras, no sirven dos elevadores y el único activo es el de los pacientes, así que me resigno. Una vez recogido el medicamento de la farmacia, esperaría a la familia de mi hermana en la puerta de salida. Deseo, como bien dijo la enfermera, no volver al menos en un año o más. Solo quiero llegar a casa para poder quitarme el miedo y el cubrebocas. Prefiero ser parte de la estadística de las posibles personas en riesgo, que de los casos positivos

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Esta crónica es resultado del taller “Periodismo Gonzo, escribir sin etiquetas”, impartido por el escritor y cronista J.M. Servín y organizado por la Pulquería Los Insurgentes los días 28, 29 y 30 de enero de 2021.

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