Fotografía: Irving Cabello / @irvingcabello
¿Qué ustedes no se besarían? ¿No besarían a su madre, a sus hermanos? ¿No los quieren abrazar?, pregunta un mendigo que cree que el coronavirus es un invento del presidente para hacerse rico. A un lado de él, una pareja se besa. Paran solo para tomar aire, y lo respiran como si su vida dependiera de ello. Como si tuvieran que aguantar la respiración bajo el agua.
Arriba, en el segundo piso, el número de mesas se redujo a diez. Otra pareja se besa y sus cuerpos parecen uno. El amor no respeta la sana distancia. ¿Cómo sobrevivir esta incertidumbre sin afecto? No tocar, ¿no tocarnos?
Recuerdo la primera vez que dormimos juntos. Pasamos la noche recorriendo nuestros cuerpos. Acariciamos cada parte, conocimos cada textura. Conversamos con nuestras manos. Te juro que aluciné. Lo siento, es cuarentena y no puedo dejar de tocarte, de tomar tu mano, de darte besos en la frente. Esta pandemia nos quiere matar de amor.
Dicen que en Italia donaron iPads para que las personas se despidan. Dicen que la gente muere sola, que la gente vive sin poder decir te amé, te amo, te amaré por siempre, adiós. Que es la pandemia de la soledad, que lo único que nos salva es la distancia, que esa es la mayor demostración de cariño.
El lado bueno de no salir de casa es ese: pasar más tiempo en familia. Nosotros que nunca tenemos tiempo lo estamos aprovechando para estar juntos, me cuenta una abogada con la que conversé en la calle. Qué envidia me da.
En cambio, yo estoy lejos. He estado demasiado expuesta. Me exilié de los afectos y aún así toda mi soledad no alcanza. Este virus ya rodea nuestro hogar. Una muerte. Casos aislados, rumores de familias enteras afectadas, un descuido y eso es todo, el virus entra a la casa. Incertidumbre. Les extraño. Les amo, les cuido a la distancia.
No quiero que seamos otra historia triste.