Esta cumbia arranca con la voz aletargada de un acordeón que anuncia el fin de una época. Esta cumbia rebajada, punk, chilanga, sonidera, simboliza el amanecer o los primeros segundos del universo. Esta cumbia comienza con un niño que golpea un balón sin permitir que toque el suelo polvoriento donde su sombra lo imita. Su hermano afirma que no es de este planeta, es un pibe fenómeno que cena pastel de chocolate remojado en leche, servido en un vaso de plástico. El padre trabaja en una fábrica que tritura huesos y a veces se jala al puerto a chambear de estibador; el hombre llega con la espalda deshecha, su mujer le pone ungüentos. Aún así, a veces no hay baro, guita, para comer. Por su forma de jugar, parece que el pequeño Diego Armando Maradona desayuna médula de león, sangre de caballo, dientes de perro brasileño y escamas de mandrágora. Todo con leche y miel, el sabor del maná.
Mi cumbia, con rasgos de ballenato, habla sobre el escuincle que desde siempre tuvo clara y definida su misión. Del niño que en el balón encontró todos los símbolos y significados del mundo. Locura, placer, rebeldía, la concentración, el frío, la oscuridad, el ímpetu, la luz. El tigre y el dragón. Ritmo de porteños en el viento por el niño que usó el balón como un arma, la más inmaculada.
Esta cumbia callejera es para un pibe que al igual que los nazareos, lleva el pelo largo y creció en la casa de Fiorito, en Azamor sin número. Esta alegre gaita a la orilla del mar es por Mi ojito, como lo llamaba su madre. Este compás delirante es por la leyenda del Pelusa, que está marcado como Harry Potter, Anakin Skywalker o Aang. Un chamaco que conoció todo el país con los Cebollitas, viajando en la parte trasera del rastrojero de don Yayo, al lado de su amigo y cómplice de la cancha, Goyo. Haciendo sus primeros milagros, ganando 200 juegos seguidos. A lo lejos se oye esta cumbia.
Maradona es un dios joven que saca la lengua al ir corriendo con el balón en los pies, que juega en la cancha de Carrizo y se baña de cucharita. Esta cumbia es para que bailes mientras recuerdas al genio del potrero.
Esta, señoras y señores, es la cochambrosa cumbia de un pibe que trabajó como fumigador y con su primer sueldo llevó a su madre a cenar a una pizzería de Pompeya, el lugar más fancy que existía en su entorno. ¿Cómo te voy a olvidar? ¿Cómo te voy a olvidar?
Esta es la cumbia de un sueño que se cumplió y que debería grabarse en diez millones de versos sobre el cuero de balones viejos.
Esta cumbia es para Diego, el hijo de Chitoro y la Tota, al que le gustaba cantar. Y lo hizo con Placido Domingo, Pimpinela y Julio Iglesias. Maradona, el fan de Michael Jordan, el hombre que entrenó con Ben Johnson y que quiso contratar a Usain Boilt para traerlo a jugar con Dorados de Sinaloa. El de las dos mil mujeres y los 500 hijos, el Diego de Las mil y una noches.
Esta cumbia debería estar en lunfardo, pero la canta un ñero. Cumbia, cumbia, cumbia.
Suenan los pasos de Maradona corriendo y suenan los clavos que lleva enterrados en el tobillo, sus arracadas de oro con diamantes. Comienzan los metales grasosos a llenar el viento. Los tambores se dejan sentir. Baila esta plegaria, que ruega porque dios se transforme en más futbol, música o cocaína. Vamos a bailar. Esta es la cumbia de aquel que todos queremos ser. Baila, Diego, baila esta cumbia farlopera que habla del villero que conquistó Nápoles, Buenos Aires, Ciudad de México… el mundo entero.
No te metas con los guapos
Maradona estaba sentado cuando el Zurdo López fue a tirarle el periódico. ¿Ya vio lo que dice Gatti? Le preguntó con toda malicia. Hugo Orlando Gatti, “el Loco”, el mayor atajador de penaltis en la historia del futbol argentino, el hombre que más juegos ha disputado en esa liga, casi 800 partidos, llamó, con mucha ironía, a Maradona a cuidar su alimentación para no subir de peso. Menospreció la calidad del 10 de Argentinos Juniors, diciendo que los medios lo sobrevaloran. Maradona guardó silencio.
Es noviembre de 1980. Orlando es un veterano de más de 32 años, famoso por su modo excéntrico de cubrir la meta. Juegan en el estadio de Velez. Maradona con Argentinos y Gatti con Boca. “Me había propuesto hacerle dos, pero ahora le voy a meter cuatro”, son más o menos las palabras del joven profeta.
El primer gol de la tarde es un penalti. El Loco termina arrodillado mirando cómo a sus espaldas la pelota rebasaba la línea. El número 10 de los que visten de rojo esa tarde, corre al límite del campo a festejar frente a la afición del Boca Juniors.
El juego termina con ocho goles distribuidos en las dos porterías. Ruggeri golpea a Maradona a un costado del área grande, luego de pelear un balón dividido. El árbitro marca la falta. Se colocan dos jugadores en la barrera, el ángulo de tiro es cerrado. Maradona mismo lo narra así: “Fue lindo porque fue un gol en el que estaba él (Loco Gatti) discutiendo con Pancho Sá. Acomodo la pelota… y le pego rápido al segundo palo”. La pelota hace una curva larga y hermosa, pega en el poste y se mete. La afición del Boca Juniors se pone en pie para aplaudirle a Diego, que viste un uniforme rojo.
El tercer gol es un pase largo que Diego mata con el pecho. En la misma recepción dirige la pelota rumbo a la portería. Entra al área grande el 10 y la pelota. Los defensas, desesperados, levantan sus brazos para que el árbitro señale mano, fuera de lugar, cualquier cosa que lo detenga. El Loco había dicho que era el inventor del Cristo, una técnica para achicar los espacios del delantero, pero la pelota bota dos veces y, sin pensarlo mucho, apenas acariciándola, la manda Diego Armando al fondo. El juego termina 5-3 en favor de Argentinos.
Años después, Gatti diría que permitió que el balón pasara las cuatro veces para que Boca firmara a Diego. Nadie le creyó. El cuarto gol es un tiro libre de fuera del área que se clava como un aguja en el ángulo. El nuevo capo del futbol ha llegado.
Antes de fallecer, en 2020, Maradona le mandaría un mensaje de solidaridad a su colega, quien se encontraba enfermo de COVID-19.
1986: Maradona
Es 1986. Para nosotros, los mexicanos, es lo de siempre, afuera del Mundial antes de semifinales. Un gol anulado al Abuelo Cruz, los remates de Aguirre y su expulsión, el coraje de nuestros ratones para ponerse al pedo con esas pinches madrezotas que eran los alemanes, la playera rota de Negrete, el penalti que falló Quirarte y el de Servín. Para nosotros el futbol es una fiesta en la que no bailamos mucho ni ligamos. Aunque la fiesta sea en nuestra casa. Pero cómo nos gusta soñar.
Es 1986 y lo que suena es tu nombre. Sobre todas las cosas tu nombre. Todos lo repiten, mis amigos, mi mamá, mis tíos, los señores de la tienda, en la radio, las revistas, los periódicos, los que salen en la tele. Maradona. Maradona. Maradona.
Tu mano y tu nombre.
Maradona recibe el balón detrás de media cancha. El pase que recibe es del Negro Enrique. Maradona, todos lo sabemos, se hace un pez escurridizo y deslumbrante que avanza sin detenerse entre un chingo de piernas inglesas. Un pez que conforme avanza se va transformando. Y se vuelve, a cada drible, una bestia distinta, más veloz que todas las aves y más fuerte que el viento enfurecido.
Es un cumbiambero elegante cuando pisa el balón y se deshace de Beardsley y Reid. Es un galán que baila en medio de la rueda de un sonidero, con sus mejores garras, y calzando sus papos nuevos. Cuando Maradona lanza el balón hacia la banda derecha ya es un cóndor cuadrupedo, con navajas en las alas, cola de serpiente y lumbre en la mirada. Ya agarró ritmo.
Dribla a Butcher. Reid lo persigue muy de cerca. Maradona es un búfalo negro, una chancha que arrastra las cadenas y es más fuerte que el ferrocarril. Escapa de furiosos verdugos y devoradores de sombras. Todos los monstruos que le persiguen exhalan bocanadas de fuego, humo y frustración.
La sombra de Diego lo va imitando.
Maradona corre y Fenwick lo trata de derribar. El bombardero de Fiorito ya se encuentra frente al arquero, que es un monstruo gigante de cincuenta cabezas y dos mil brazos que no quiere dejarlo pasar. Maradona es un fénix en pleno esplendor, barrilete cósmico entre nubes y truenos con una gracia en la cintura que le es suficiente para bailar con una porteña en la derecha y una chilanga en la zurda. Adiós a Shilton, su madral de brazos y su tamañote.
Y Maradona recibe la pelota atrás de media cancha, a la altura de un anuncio de Coca-Cola. Cuando, encarrerado, rebasa la mitad del terreno, deja atrás también un anuncio de Sport Billy, luego uno de Camel y Philips. Frente a un letrero de Canon hace otro drible y sigue. Cuando se encara hacia la portería rebasa uno de JVC. Dribla al último defensa que protege el área grande y también pasa un anuncio de OPEL, entre el de Budweiser y Coca-Cola se quita a Shilton.
Entonces Maradona recibe el balón en mitad de campo, se la da el Negro Enrique, y pisa el balón para quitarse a dos hombres en un solo movimiento que ha salido directo de la imaginación potrera que tiene el 10. El 10 es un arma que neutraliza objetos sin ser derribado. Tiene la capacidad de sortear los sistemas de detección.
Esto que está a punto de suceder sólo puede conseguirlo la mente de un piloto con oficio e instinto.
Maradona maniobra a ras de césped en movimientos violentos y elegantes de zig zag, evitando que los controles de tiro puedan hacerle daño.
Maradona avanza con el mar lleno de piques producidos por balas. No hay de otra que seguir. Diego Armando Maradona hace maniobras evasivas para esquivar el fuego terco, las bombas, los misiles que parecen bengalas.
Dribla a Shilton. Patea y al mismo tiempo Butcher se barre por detrás y le da tremendo putazo.
El balón rebasa la línea y toda Argentina siente que este gol es para gritar la muerte de los conscriptos, de entre 18 y 19 años, sin armas ni entrenamiento, a los que nunca les llegó la colecta de abrigo y alimento. A los que se chingaban debajo de la lluvia, el viento y el puto frío y que botaron sus armas sin percutores para mandar a la mierda al gobierno que los mandó a morir. Ese gol es como un alivio en el alma de toda una nación que clama justicia por los 650 soldados caídos. Ese gol es contra Inglaterra más que contra los ingleses.
Gol. Gol de Maradona.
1990: ¡Hijos de puta!
El balón es un monstruo, una bestia que no a cualquiera obedece. El balón es un animal de movimientos espontáneos y voluntarios, si quiere entrar lo hace, si no, no. Un pequeño animal inquieto de sangre caliente, hábitos regulares y dotado de corazón. Con Maradona era dócil, manso.
La tarde de junio, durante el Mundial de 1990, en que Brasil y Argentina jugaron los octavos de final, los de la verdeamarela no pudieron meterla. La pelota se emberrinchó. No pudo Müller, Careca, ni Valdo, tampoco Alemao. Brasil salió inspirado, pero sin puntería. El equipo dio un recital de toque fino que no sirvió para avanzar. Una jugada de Maradona, que arrancaría detrás de la media cancha, en terreno propio, los dejaría fuera del torneo.
Argentina venía de perder contra Camerún en el primer partido; a la URSS le ganó 2-0 y con Rumania apenas sacó un empate 1-1, lo que la llevó a jugar contra Brasil, que venía de ganarle a Suecia, Escocia y Costa Rica. Antes del juego el tobillo de Maradona se encontraba inflamado. Quizá el 10 no iba a salir a jugar, pero no, él mismo se metió una aguja para poder alinear.
Ningún otro juego como contra Brasil se asemeja tanto al milagro de los ingleses. En ambos Maradona es determinante por una genialidad y una trampa. Con los ingleses, ya lo sabemos, estuvo la mano y el gambeteo. A los brasileños les dieron agua con Rohypnol y luego Maradona corría dejando atrás la violenta barrida de Dunga, avanzando entre cuatro que hicieron de todo para derribarlo. Maradona le estaba bailando lambada a los brasileños. La tocó para Caniggia, entre las piernas de Galvão, que se llevó a Taffarel para quedar solo frente a la portería y hacer bailar a las redes también. ¿Cuántas narraciones seguirán escribiéndose de los milagros de Maradona?
Italia 1990 no fue su mejor mundial y estuvo a punto de ganarlo. El torneo en general fue malo, con muy pocos goles. Acaso el más defensivo hasta ese momento en toda la historia. Fue la primera página del contraste que comenzaría a sufrir la carrera de Maradona, luego de su esplendor en 1986 y el bicampeonato en Nápoles.
1994: la primera muerte del dios
En 1991 la carrera de Diego se suspendió 15 meses por dar positivo en cocaína. Una prueba de dopaje que le practicaron al final de un partido que el Nápoles perdió 4-1. Los mejores tiempos comenzaban a quedarse atrás. Fue un 24 de marzo. La suspensión le prohibía jugar en cualquier lugar del mundo de forma profesional.
Eran tantos Maradonas que Diego se volvió loco. Maradona, el hijo bueno que obedecía y amaba a su padres. Maradona, depilado, bronceado y con pupilentes. Maradona, el católico. Maradona en un abrigo exótico, con las pupilas reventadas y sin rasurarse. Maradona en un comercial para McDonald’s, en uno de Coca-Cola lanzándole una playera sudada a un niño. Maradona siendo salvado por un joven médico luego de un mega atascón el 4 de enero del año 2000. El Maradona que perdió la virginidad en un sótano de Justo y Corrientes a los 13 años. Maradona hablando bien de su familia a la prensa: “No podemos ser de otra manera teniendo los padres que tenemos.” Maradona comiendo pizza y tomando vino en un estudio de tele, mientras le hacen una entrevista y él se pasa el dedo índice y el pulgar por la nariz y jala los mocos a cada rato mientras dice que las drogas mejor ni probarlas y, más que ideas personales y profundas, repitiendo frases estereotipadas y eslóganes de campañas antidrogas.
El 26 de abril de 1991 sería arrestado en Buenos Aires mientras consumía drogas y alcohol con sus amigos. La versión de la policía dijo que Diego se encontraba desnudo en la cama con uno de sus amigos. Otros dicen que fue una rubia la que sirvió como señuelo para atrapar al 10. Al principio corrió el rumor de que le habían encontrado medio kilo de polvo blanco. Maradona abandonaba los periódicos deportivos para comenzar a aparecer en las revistas de chismes. Maradona que festeja como poseído, evidentemente drogado, un gol de Messi. El que boxeaba con Santos Laciar y montaba a caballo.
¿Qué le hacía pagar la FIFA? ¿Era la FIFA quien lo traía jodido? ¿Estaba pagando las trampas contra ingleses y brasileños? ¿Lo estaban castigando por hablar de más, les molestaba que los llamara ladrones y corruptos?
Era el hijo más talentoso del futbol, pero el más cabrón y desobediente.
El día que Maradona conoció a su ídolo de la infancia no pudo ocultar la emoción de besarle la mano a Chespirito. Le confesó que en sus momentos oscuros lo reconcilió con la vida ver el Chavo del 8. Maradona le lanzó madrazos a los aficionados del San Luis por estarse burlando de él, luego de perder la segunda final consecutiva por el ascenso a primera división. Maradona que rescató a Argentina de perderse un mundial, aún sin estar en su mejor forma física. El mismo que en el 92 va al humilde campo que hay en La Garma para jugar con el Atlético Agrario un partido en donde bautizaron una cancha de pueblo con su nombre.
En septiembre de 1992, cuando su castigo terminó, Maradona firmó con el Sevilla, luego fue a Newell ‘s, donde haría parte del milagro de prepararse para el Mundial de 1994. A los 33 años de edad, Diego recuperó su condición física en Punta del Este para asistir a su último Mundial. Pero la FIFA no sólo castigó a un hombre: nos privó a todos los humanos de verlo uno o dos juegos más.
¿Qué se puede decir frente a la muerte de un dios? ¿Valdrá de algo el silencio en estos instantes? No sólo pierde el mundo del deporte, pierden los rebeldes, los contestatarios, los incorrectos. Espero que una raya de coca sea tu epitafio.
Del Mundial de Estados Unidos 1994 nos quedó su rostro gritándole a la cámara luego del tercer gol argentino contra Grecia. El Maradona más rebelde, el que gritaba que su carrera no había terminado, que él era el más grande y que había resurgido. La FIFA sacó su extintor y apagó el peligro de incendio. No más. Cerrada esta fábrica de sueños. Maradona abandonó el campo de juego de la mano de una mujer vestida de blanco rumbo al fin de su carrera. Algo le estaban cobrando. Cuando hicieron público el resultado Diego dijo: “Lo único que quiero que quede claro a los argentinos: que no me drogué. Que no corrí por la droga, corrí por el corazón y la camiseta”. Y yo le creo.
2020: el último silbatazo
La vida es una cancha que todos abandonaremos un día. Yo estaba echado, escribía sobre Julio César Chávez y acariciaba a alguno de mis perros cuando sonó la voz de Luz y pronunció la muerte del dios del siglo XX. Jordan es demasiado perfecto para ocupar ese trono. Aunque llore. Maradona está más cerca de Denis Rodman, pero deportivamente al nivel de Jordan. Un chingo de pendejadas cruzaron mi mente para explicar el dolor y la sorpresa.
Me caía bien a veces, otras me parecía genial, pero siempre me gustaba su forma de jugar. Era una exaltación al YO. Era una forma de ser un individuo auténtico y autónomo, casi independiente del equipo.
Recordé la tarde que lo vi, a través de la pantalla, siendo arrestado en Buenos Aires. Parecía el colapso y sólo se trataba de una de tantas transformaciones. Igual que el personaje que interpreta Robert de Niro en Casino, Diego terminó conduciendo un programa de televisión. Sobreexplotó su condición de adicto. Casi se hizo un Cristo de la cocaína. El mártir que hizo todo, todo lo tuvo, y por eso cayó hasta el último de los pisos. Después del documental de Kusturika, Maradona comenzó a esconderse en su eslogan más repetido: “¿Qué jugador hubiera sido yo si no hubiera tomado drogas?” Me parece que Maradona se burlaba de la gente cuando decía eso.
Maradona fue rebelde cuando hacía reír a un pueblo condenado a las lágrimas que producen las desigualdades y la injusticia. Y al menos a ratos, les cura el dolor. Su actitud necia ante la droga, el hedonismo que claramente no quería abandonar es su mejor discurso contra la prohibición.
No existe otro piso más arriba de Maradona. No hasta ahora. El Maradona que le ganó a Dolce & Gabbana una demanda por 13,000 euros, el que se subía al ring a hacer sparring, que usaba camisas Versace desde los noventa. El pasado no se mancha con arrepentimientos y correcciones políticas y morales, con idealizaciones ajenas. Tú eres el que eres, el que fuiste.
A mí no me importan los deportistas perfectos que siempre ganan, me interesan los genios. Como Cantona o Romario, Garrincha, Paul Gascoigne o George Best. Sólo a través de los vicios me he conocido y trato de extraer mi mejor versión, y de confrontar mis miedos. Los vicios no son sólo las fotos de la decadencia. A mí su rebeldía, verlo correr entre ingleses, marcarle un golazo a la Juve, me inspiran, me hacen soñar. La rebeldía de Maradona genera esperanza.
Me gusta el Maradona iracundo y soberbio, me gusta el desmadroso que baila cumbias con sus rodillas jodidas en Sinaloa, el dios de las rodillas artríticas. Después de Maradona en el futbol todo es reescritura, en la cancha y el papel sólo reescribiremos sus milagros. Su muerte ha sido suficientemente dolorosa para que las calles porteñas se llenen de gente que lo llora sin preocuparse por la pandemia. Como se juntaron todos en el Obelisco la tarde que ganaba Argentina el Mundial del 86.
Orígenes, dice Borges, enseñó que los bienaventurados resucitarían en forma de esferas y entrarían rodando en la eternidad. Así lo imagino.