Ilustración @wrufas

Drogas, libros e hidrocarburos

Ilustración: @wrufas

Venezuela¹

Tres días llevábamos sin fumar mota Oliver y yo en Caracas, Venezuela, a mediados de noviembre de 2007. Amigos y compañeros de la carrera, formábamos parte de la delegación mexicana de la UNAM para el IV Encuentro Latinoamericano de Estudiantes de Historia. Lo primero en lo que pensamos fue en ir a la Universidad Central de Venezuela (UCV) para armar mota. Rosita, una amiga venezolana que Anuar “el Yin Yin” conoció por internet, nos dijo que esos rumbos eran peligrosos. Había ladrones y sicarios, pero no creímos mucho en ella porque era cristiana persignada, antichavista y espantada.

Tomamos una buceta (pesera), luego subimos al Metro y bajamos en la estación Ciudad Universitaria como a las siete de la noche. Nos sorprendió el parecido con la Ciudad Universitaria de México: la distribución de los espacios, jardines y salones, murales y obras de arte mezcladas con la arquitectura, como si la de México fuese tomada de modelo. En cuanto nos llegó el tufo de mota de un greñudo fachoso le pedimos las tres, lo cual hizo de mala gana: era filósofo. Fue lo único que fumamos en los primeros días en Caracas.

Topamos a unos panas (amigos, compas) de Historia que nos metieron a una clase de América Latina siglo XIX e intercambiamos ideas con el profesor. Allá en el Sur la discusión gira en torno a quién hizo más por la independencia, ¿Bolívar o San Martín? Se la lleva por un pedazo El Libertador. De la UCV, los otros dos panas, Oliver y yo nos fuimos a beber a un bar de barrio, tomamos cerveza Polar y vimos a unos rucos medirse a golpes: “Mama huevo”, le decía uno al otro. Antes de partir compramos tres botellas de ron Macondo que nos recomendaron los panas y caminamos un tramo por el centro de Caracas, de noche, hasta tomar un transporte. Las personas bebían en la calle y aunque se veía chaca y culero, nadie nos molestó. Nos empedamos en el lobby del hotel con la agradable sensación de al menos haber fumado un poco.

Por aquel entonces Hugo Chávez estaba en un buen momento, había construido refinerías y el país se beneficiaba de las ganancias de sus hidrocarburos. La gasolina era muy barata, salía más caro ponerte una buena peda que llenar el tanque de tu carro. Ya después vendría el bloqueo comercial y las sanciones a Venezuela por parte de Estados Unidos. Ahora, con Maduro, buscan tumbarlo bajo esta forma de presión. Y es que Venezuela es considerado el país con mayor cantidad de reservas de petróleo del mundo.

Dos negras

Aquel día el Zafra nos dio unos cristales que dijo que eran M (MDMA), no sé si el Servín se los metió. La banda con la que estabamos cotorreando se dispersó como en cuatro naves. Yo me fui con el Peyrón siguiendo a los amigos del Servín. Llegamos a una cantina, sepa la madre cuál era y dónde estaba. Mesas de metal, sillas de plástico y baño para hombres. Yo había fumado y bebido considerablemente. Cotorreamos y me explotó el M, el flopi, me dijo el Peyrón. Nos la llevamos con puras Coronitas (ampolletas), si mal no recuerdo, y patitas de cerdo. 

El último recuerdo lúcido que tengo de aquella vez es que intenté presentar mi libro Anécdotas de viajes en una casa grande y chingona de la colonia del Valle de la Ciudad de México. No pretendía una presentación formal sino una peda, y así sucedió. El Oliver lo presentó recordando nuestras anécdotas latinoamericanas, hicimos la carrera de Historia juntos. Zafra dijo que es bueno leer a un usuario de drogas para observar su punto de vista, es antropóloco. Servín dijo que el autor se desdibujaba en el libro, es literato. Y faltó que comentara Pablo Gaytán, que es histérico y anarcopunk, pero no fue. Yo no quise hablar del libro, preferí contar una anécdota y convidé a los presentes para que contaran una, acá loca, que les hubiera pasado.

Mi carnalita la Mariana contó aquella vez que se metió en una fiesta súper fresa, y que de repente se toparon con el embajador de Honduras (no es albur). Tuvieron que ir por unas bolsitas para levantar la fiesta y el embajador les prestó su nave diplomática para ir al punto. La tira no puede detener un auto de semejante tonelaje y regresaron con el postre. El Olmo contó que fue a Oaxaca o a Chiapas, de práctica de campo de parte de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, se quedó sin varo y tuvo que marcarle a sus jefes para que le depositaran y poder retacharse. En fin.

Cuando recobré la conciencia estaba en casa del Servín, en un silloncito a todo dar en el que amanecí. Obvio tenía dolor de cabeza y sed, estaba crudo. Cuando quise despedirme del Servín, abrí una puerta donde supuse que estaba su habitación y cuál fue mi sorpresa: mi compa le estaba atorando bien recio con dos negras. Me volteó a ver pero me fui sin decir nada. 

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Villa o Zapata

Medianamente existe una discusión histórica, social o de perspectiva, acerca de por cual de los dos caudillos se inclina uno (sí, es albur). Ya sabemos que todo mexicano que sabe un poquito de la Revolución los tiene en alto, los tenemos en alguna carpeta del CPU o la memoria RAM como dos caudillos chingones. 

Obvio que no puedes descartar ni a uno ni a otro, pero llega un momento en la peda, en la bohemia, que algún compañero de la carrera de Historia te pregunta: ¿Y tú por quién vas? Típico que para no ser juzgado dices que a los dos, que juntos eran dinamita. En la peda todos somos amigos.

Zapata me parece tibio, modesto, tranquilo; Villa, intenso. En cuestión iconográfica me mama más Zapata, se presta más para la representación gráfica que Villa, la neta. Un día nos tocó organizar una serie de ponencias sobre la Revolución. Ya sabíamos que un colega zapatista de hueso colorado, el Fernando Leyva, iba a dar su magistral sobre el Atila del Sur. Entonces me chuté los dos volúmenes de Pancho Villa, del historiador Friedrich Katz, austriaco que fue mexicano de corazón. Quería saber bien bien qué pedo, pues ya había leído en la carrera el clásico de Zapata y la Revolución Mexicana de John Womack.

Reté al Fernando a contraargumentar, más o menos, las vidas de cada uno. El Fernando presentó su artículo publicado en no sé qué revista académica de Historia, acá bien verga. Yo, mi textito recién impreso en la papelería de afuera. Cuando me tocó hablar, él se salió. Sólo los presentes oyeron mis tarugadas comparando a dos contemporáneos, pero a favor de El Centauro del Norte

El machito (se sentía que todas las podía) y el charro lilo (según Pedro Ángel Palou podría ser gay, luego salió la película Zapata con el Potrillo, el hijo del Chente, como el Caudillo del Sur, y se confirmó en el imaginario). Ya sabemos que se caían bien y entraron juntos a Palacio Nacional en 1915: el cholo malilla del norte y el eskato-punk indígena del sur en el gobierno. Juntos eran la reata porque representaban al pueblo, pero es una pregunta que no estaría mal que te hicieras: ¿Villa o Zapata? Al chile.

Historia contemporánea de la humanidad

A finales de enero de 2021 seguíamos en semáforo rojo por la contingencia sanitaria de covid-19. Me metí al “Taller de Periodismo Sin Etiquetas” del Servín, de manera digital, interestelar. Nos dijo que hiciéramos relatos híbridos. Entre los compañeros, Adriana Franco envió el suyo, “El oxígeno que extiende y extingue la vida”, sobre los tanques de oxígeno que los enfermos necesitan para respirar. La enfermedad del covid-19 seguía con todo. Las recomendaciones eran encerrarse en cuarentena, salir únicamente a lo indispensable, guardando la sana distancia con el mayor número de personas y usar cubrebocas.

Yo todo faltoso me salía a beber casi cada semana desde el comienzo de la cuarentena. Con Spencer, con el Maiky, con Baduel. Y medianamente la moral apuntaba a que no estaba acatando la cuarentena del todo. Pero es que yo leía la Breve historia de la Borrachera de Mark Forsyth, cuando los antiguos egipcios se ponían unas tremendas fiestas dionisíacas y se me antojaba embriagarme con solo leerlo.

Al mismo tiempo leía al Nietzsche Anticristo diciéndome que había que estar en contra de la moral judeo-cristiana, todo pagano. Y en otra parte el Niche también se refiere a Dionisos. O sea, puro paganismo. ¿Cómo no me iban a dar ganas de ser el superhombrepagano? Además, en el Taller de Servín nos pusimos a leer a Ricardo Garibay, y en su textito “Yo soy mi autoridad”, me incitaba a objetar de todo aquel que quisiera imponerme su imperio. ¿Cuánto poder tienen las letras para antojarme al alcohol y reunirme con mis amigos?

Cedí otra vez a mis impulsos animales. El sábado me quedé de ver con mi jaina la China, su primo y la novia de este. Compramos cervezas y fumamos. Esto con la intención de curarme la peda del día anterior que tuve con el Spencer. No asistí a la última sesión por Zoom del taller. Agarré la pedita, pero me tuve que justificar moralmente con este texto. Servín se molestó conmigo por esa ausencia, pero ¿cómo rayos se le ocurrió impartir un taller viernes y sábado por la noche, y además con alusiones al alcohol en el mail de bienvenida: “sin perder la vertical con el estado etílico” o “ideal para tomar los primeros tragos del fin de semana”? Están viendo que el perro está hambriento y le avientan carne.

Ladrones de automóviles

El viernes 29 de enero del 2021 le mandé mensaje al Spencer para sonsacarlo a beber. Acabando el taller de Servín llegó en su carro que usa como taxi de Uber y lo estacionó en la calle de Silos. Nos quedamos en el parquecito tomando cerveza y tocando la guitarra, entre otras rolas su canción “En Mí”, que subió al canal de Youtube.

Fuimos por más cerveza y nos emborrachamos. Más tarde nos dio hambre y le dije que fuéramos por unos tacos. Insinué que caminando, al cabo no estaban tan lejos, pero él sacó las llaves de su nave y las agitó, indicando que iríamos rodando: “hay que aprovechar ahorita que hay coche”. Mis amigos me tiran cábula por aquello de cuidar el planeta y tratar de contaminar lo menos posible. Dejamos la nave en la calle de Acoxpa y fuimos directo al puesto de tacos de la noche, a darnos una enchilada con esa salsa verde fosforescente que tienen.

Cuando regresamos a Silos no estaba su coche. El lugar donde lo había estacionado estaba vacío. Spencer daba por hecho que se lo habían robado, y todavía no terminaba de pagarlo. El negocio de la comercialización de automóviles es muy redituable para las empresas que se dedican a producirlos; hay una “política ecológica” que promueve la renovación de la flota vehicular, porque según los autos de modelo reciente “contaminan menos” (cuando en realidad siguen combustionando para funcionar), y estos modelos alcanzan el precio comercial de 200 mil pesos. Al Spencer le quería dar dolor de estómago. Yo la neta no recordaba lo que había sucedido.

Llamamos a la policía para reportar el robo. Spencer me decía, sin quitar la mirada de su celular, “entre más rápido vengan y se haga el reporte, mejor”. Llegaron dos patrullas con un policía en cada una, y uno de ellos no dejaba de comunicarse con el Centro de Comando del C5 que estaba revisando las cámaras de seguridad de la vía pública. Esperábamos que localizaran a las personas que se lo habían llevado para saber dónde estaba.

Tardaron unos cuantos minutos en ubicarlo, lo cual levantó las esperanzas en Spencer. Aun así el policía se le acercó y le increpó: “¿No sabes dónde está?”. Spencer respondió que no. Nos dijo que subiéramos a la patrulla, que nos llevaría al lugar donde se encontraba. Pensábamos en los cacos, que ya habrían caído, seguramente unos escuincles nalgas meadas que querían conseguir dinero fácil, pero más hueva nos daba todo el trámite de la delegación y declaración en el Ministerio Público. Nos habían cortado la peda.

El poli nos llevó a Acoxpa y justo al lado de los tacos estaba el mentado coche. Nos quedamos con la bocota abierta. No recordábamos en absoluto haberlo dejado ahí, estábamos avergonzados con los policías, la borrachera nos borró por completo la memoria. De los tacos nos habíamos regresado caminando en compensación por mi propuesta inicial, al fin y al cabo todo está en el mismo radio de acción, porque siempre dejamos el coche estacionado y, por lo general, todo lo hacemos caminando. Esta vez fuimos manejando. El policía hablaba por el celular y decía que la descripción de los dos sujetos concordaba con nuestros perfiles. Nos despidieron de mala cara y se arrancaron velozmente y encabronados.

No nos la acabábamos. Subimos al auto y nos fuimos, pero le dije al Spencer que de puro coraje nos la siguiéramos: “bueno, pero ya sólo tengo lo de la gasolina que le pongo el fin de semana”. Lo sonsaqué: “yo te pongo una parte mañana que nos veamos”. El negocio del combustible también deja, millones de autos en todo el mundo se mueven con gasolina. “Ah, ojalá la gasolina fuera tan barata como lo era en Venezuela”, pensé. Ya con una caguama cada quien en la mano nos estábamos cagando de la risa, tan borrachos nos pusimos como para olvidar dónde habíamos dejado la nave. Le dije, esto lo tengo que escribir. Ahora nos quedamos adentro del auto, no fuera que se nos olvidara otra vez. Nos amaneció con otras dos caguamas más. El alcohol provoca amnesia, el petróleo no sé.

Teoría de la conspiración

Cuando empezó la cuarentena volví a ver la película 12 Monos (1995) del director Terry Gilliam: un científico loco que esparce un virus por varias partes del mundo, orillando a la humanidad a vivir confinada debajo de la tierra. El protagonista (Bruce Willis) tiene la misión de intentar detenerlo. Ahí empecé a pachequear con las teorías de la conspiración.

Por aquellos meses, mi hijo y yo veíamos la caricatura de Gravity Falls: un Verano de Misterios. El más malo es Bill, un triángulo dorado con un ojo al centro, voz chillona, con manitas y patitas: el ojo que lo ve todo. En un capítulo se apodera malignamente del pueblo de Gravity Falls (en Oregon) y controla toda la realidad social, nadie escapa de su poder. Mi hijo, de ocho años, me decía: “Sí, los Illuminati”. Entonces le pedí a una amiga que me prestara el libro Illuminati, los secretos de la secta más temida por la iglesia católica, de Paul Koch. Me pareció una mamada que dijera que los Illuminati son unos comunistas que buscan destruir el poder de la Iglesia. Pero llamó mi atención cuando el autor menciona una investigación del periodista Andreas Faber-Kaiser: en la pirámide de poder estaría el club Bilderberg, arriba el Consejo de los 33, después los 13 Druidas, luego el Tribunal y, por último, en la cima, el Grado 72.

Faber-Kaiser falleció después de hacer otra investigación, Pacto de silencio, en 1988, sobre el síndrome tóxico que afectó España en 1981. Los síntomas eran: neumonía atípica, tromboembolismo, dolor de cabeza y afectaba principalmente al corazón, los pulmones y los riñones. Descubrieron que se debió al envenenamiento por aceite o combustible para aviones (los gringos tenían una base aérea en el epicentro del síndrome) disfrazado de aceite para comer, o ya fuera por pesticidas derivados del petróleo. Sentía que me adentraba morbosamente en una indagación asociada a los gringos y a los hidrocarburos.

La curiosidad me llevó a teclear en Wikipedia “Gripe española”. Averigüé que su origen se encuentra vinculado con los criaderos de aves y cerdos para alimentar a las miles de tropas que partían a la guerra, un virus de la familia H1N1. Posiblemente se originó en un campamento de soldados ingleses en Francia en 1916, en un campamento militar en Kansas o incluso en Nueva York en 1917, y que mutó con el arribo de tropas gringas a Francia en 1918. El virus provocaba la muerte a causa de una reacción inmunitaria letal, esto se sabe porque han reproducido el virus en laboratorios para estudiarlo con más detalle. Sus síntomas son fiebre alta y disnea (dificultad respiratoria en la que falta el aire). ¿De dónde venía esto?

Ante la cuarentena mundial tuve que dar clases de manera digital. Me hartaba tener que estar pegado tanto tiempo a la computadora. Les decía a los alumnos que la Primera Guerra Mundial fue la primera guerra industrializada más violenta hasta entonces. Los alemanes fabricaron gas mostaza, que lanzaron en la batalla de Ypres en 1915, y después usaron fosgeno como veneno (un químico usado para hacer plásticos y pesticidas), la industria petroquímica ya estaba altamente desarrollada; “¿Otra vez vas a dar clases por Zoom, papá?” 

Se me hacía que los alemanes estaban detrás de la gripe española surgida en el Gabacho, como estrategia para contagiar a las tropas gringas que partirían a combatir en Europa, pues se supo de un oficial de inteligencia alemán y al mismo tiempo ciudadano gringo que en su sótano producía muermo (enfermedad infecciosa típica de caballos). Después los aliados también recurrieron a ese tipo de armas y ambos bandos se estaban aventando mierda y media, contaminando al ambiente y a los humanos. La guerra bacteriológica industrial es una realidad desde hace por lo menos un siglo.

Sociedades secretas

Entre más mota fumaba, más pensaba en la existencia de una élite de pesados con un inmenso poder económico que lo usan para transformarlo en poder político, y que pasa a ser un poder de control, de manipulación, para dirigir el destino de miles de personas. Estos pinches riquillos viven en casas de seguridad, se mueven en autos blindados y con guarros que los cuidan (como si fueran los delincuentes más peligrosos). No llevan a cualquier escuela a sus hijos, ni los juntan con la chusma, ni los dejan casarse con cualquier hijo de vecina. Están resueltos a autoperpetuarse entre ellos y, como dice Peter Phillips en Megacapitalistas, dichas élites se vinculan con los intereses imperialistas de los Estados Unidos en el mundo. Me empezaba a dar rencor de clase.

Me clavé viendo más documentales al respecto. Me debrayé con Sociedades Secretas, donde sale el historiador Marian Fusell hablando de la secta Skull and Bones de la Universidad de Yale. Casualmente varios de sus miembros llegan a ocupar posiciones y escaños importantes en empresas y el gobierno gabachos. Por ejemplo, el culero de George Bush hijo era Skull and Bones y dueño de empresas petroleras (por eso invadió Irak, que no se haga).

El colmo del alucín fue el documental de Foster Gamble, Thrive Movement (2011), que raya en un tipo de Jaime Maussan gringo y hasta con una chispa místico-espiritual. Foster parece ser la oveja descarriada de la familia Gamble, la que es dueña de la empresa Procter & Gamble, que produce un chingo de marcas.

Concluye que existe una pirámide de poder, en la que muy cerca de la cima se encuentran poderosos banqueros, como los Rothschild y Rockefeller (el magnate del petróleo), y hasta arriba el ojo que todo lo ve, Bill, el desquiciado de Gravity Falls: “Los Illuminati, papá”. Estas élites controlan la energía, acaparan las directrices de la educación médica en contubernio con las farmacéuticas (pensaba en el dinero de nuestros impuestos que va a parar a los laboratorios que hacen las vacunas para el covid) y el suministro de alimentos (los pesticidas derivados del petróleo para el campo), todo ello a través del control de las finanzas (y por medio de un lobby de capitalistas que presionan al Capitolio).

Agarrados de los huevos, por donde le veas.

Lo más locochón es que casi al final de Thrive Movement, cuando Foster denuncia el Estado policial y vigilante del gobierno gringo (lo asocié con Vigilar y castigar de Michel Foucault), habla de un plan malévolo para implantar chips bajo la piel a través de vacunas. Dice que la idea surgió en Procter & Gamble para hacer un seguimiento de sus productos y que el director adjunto de la CIA, James Simon, admitió este plan como un medio para controlar más fácilmente a la población vía satelital y GPS. Ya saben que sales a echar desmadre en medio de la cuarentena: “¿Me vas a ir a dejar con mamá, papá?”

Vi otro documental, esta vez ya más serio y “objetivo”, de la Deutsche Welle, un canal alemán de medios de comunicación. En él se afirmaba que un grupo de personas ricas y poderosas financiaron a la ONU y a la OMS para llevar a cabo un programa médico que redujera la población, hacia los años de 1960 en China, India, Corea y Sudamérica, a través de la esterilización de mujeres y programas de control natal. Entre más mota fumaba, más me viajaba con que esto del covid era una estrategia de la élite para disminuir la población y controlar al mundo: “¿Por qué no tengo hermanitos, papá?” Soy impotente, hijo.

El mismo algoritmo de la red me mandaba más cosas relacionadas con los temas que cliqueaba, para mantenerme enganchado en esa madre, tal cual dice el docu-fic de Netflix, El dilema de las redes sociales (2020). Publiqué en mi perfil el reportaje de la BBC que buscaba averiguar si el virus salió de un laboratorio de Wuhan o si proviene de la naturaleza. Los reporteros denunciaban que el gobierno chino hizo todo lo posible para estropear su investigación sin posibilidad de terminarla. Y como cereza del pastel, el algoritmo me sugería otro artículo en la red sobre la “Sociedad Verde y Roja”, de China, que desafía y amenaza a los Illuminati por querer hacerse con el mundo por medio de armas biológicas racialmente selectivas: “Mira papá, yo sé hacer kung fu, iii-yaaa”.

Caí en cuenta de todo el lavado de cerebro que nos hacen los medios y las redes sociales, con eso de las fake news, para llegar a influir en nuestras opiniones y comportamientos. Así que decidí que lo mejor que podíamos hacer era evadir esa realidad y desconectarnos un rato: “¿Tomaremos un camión, papá?” Sí, hijo. Fuimos mi chilpayate y yo a una posada con alberca, sola, para nosotros dos, en Tlayacapan, Morelos: “Ponte gel y sanitízate, papá”. 

¹Fragmento del libro Anécdotas de viajes (2018).

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Esta crónica es resultado del taller “Periodismo Gonzo, escribir sin etiquetas”, impartido por el escritor y cronista J.M. Servín y organizado por la Pulquería Los Insurgentes los días 28, 29 y 30 de enero de 2021.

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