Ocho mujeres vuelven al trabajo

Nunca un regreso a la oficina había sido tan escalonado, tan incierto, tan a trompicones, tan… tan. En el caos, ocho mujeres sin identificar toman decisiones y lo contrario sobre la vuelta no vuelta a la rutina no rutina, a la oficina no oficina, al ¿pero cuándo?, al ¿pero cómo?, al ¿pero dónde?

Otro mes

Qué triste me tiene esto del teletrabajo, virgen santa. Otro mes en casa. Otro mes. Aquí sola. Solísima. En este piso mío en el que, cuando hago un descanso, le acabo hablando a mi bisabuela, que ahí está, la pobre, encerrada en un marco de plata. Dice que me entiende por lo de la claustrofobia, claro. Es que un mes más es mucho mes. Demasiado tiempo sin tomar el café con Marisol, sin regar la orquídea de mi escritorio, sin hablar de la Meghan Markle con Francisco (¿a favor o en contra de lo de Estados Unidos? Yo siempre a favor de la Meghan, Francisco, que pareces nuevo). Otro mes sin preparar mi pastel de zanahoria para llevar a la oficina, para mí sola pues para qué me voy a manchar las manos, ¿no?; además, el pastel lo hago para oír a uno que yo me sé decirme que qué manos tengo para la cocina y quién sabe para cuántas cosas más. Así me dice: quién sabe para cuántas cosas más, Anita. ¿Tú crees que le gusto? O gustaba, vamos. Porque seis meses sin pisar la oficina pues tú me dirás si se acordará siquiera de que existo.

Otro mes, enterito, echando de menos aquellas vistas desde la planta 10 (qué bonito Madrid, ni te imaginas); y el cigarrito después de comer (no, mujer, si yo no fumo, pero tú sabes: es la excusa para que a una le dé el sol de mediodía); y echando de menos, no sé, las comidas fuera de la oficina los primeros jueves de mes para estrenar el sueldo (que sí, que íbamos de menú del día, que tampoco era una cosa loca, pero chica, ¡qué menús!: ¡ríete tú de los de estrella Michelín!). En fin, tantas cosas. Mirar a Concha por entre los huecos que deja la mampara que separa su ordenador del mío y reírnos de ve tú a saber qué tontería. Organizar el bote común para comprar el chocolate, los churros, las tortillas de patatas de media mañana. Apoyar a Bernardino con lo de su divorcio. Todo eso lo echo de menos. ¿Cómo estarán los niños de Cristina? Y lo de las videollamadas, ¡un infierno! No hay manera de que me conecte a una sin que antes tenga que ayudarme mi Robertito en la distancia. Qué sería de mí sin los informáticos. Pues así otro mes, ya ves, echando de menos hasta las prisas, la ensalada de pasta en táper, la alergia que me daba el producto de limpieza que echaban en el baño. ¡Hasta el Metro! El Metro también lo echo de menos. Por lo menos estaba, yo que sé, más acompañada.

mujeres home office

Volver, ¿pa’ qué?

A mí que me expliquen a ver a qué carajo tengo que volver a la oficina, a ver, ¿a qué? Esto no hay quien lo entienda. Seis meses, ¡seis!, trabajando desde casa. Pero trabajando, ¿eh?, lo que se dice dando el callo. Cogiendo llamadas, coordinando a siete personas, haciendo esto, haciendo lo otro, que si mil muertes al día y yo ahí, al pie del cañón, Susana, al pie del cañón cada minuto, poniendo un tapón en los oídos para que no me afectara la muerte de mi tía abuela en la residencia esa de Getafe, ¿sabes?, esa en la que murieron veintinueve abuelos. Y yo venga a remar, como decía mi jefa. Tú rema, Marina. Todos estamos en el mismo barco y esto va a ser muy bueno porque se va a demostrar que el teletrabajo funciona. Todos estamos en la misma página, me decía. Ya sabes, las frases de moda.  Hasta hoy.

Ve tú a saber qué ha cambiado. Vacuna no hay. Medicina, que yo sepa, tampoco. La curva sube como la espuma. Juan, otra caña, por favor. Y a nosotros que nos mandan de vuelta a la oficina después de todo. Después de haber cumplido los objetivos del año antes del 15 de septiembre. ¿A ti esto te parece normal? Y aún encima nos avisan por mail. Mira, mira qué email: poco a poco tenemos que acostumbrarnos a hacer vida normal en un contexto de incertidumbre como en el que vivimos, y en el que nuestra empresa siempre ha sabido moverse para evolucionar y crecer. Claro, nos ha jodío. Él, que va en Range Rover.

Los sublevaditos

Hay que ver la gente cómo es. Seis meses teletrabajando y ahora que se rebelan, Rodrigo. Dicen que para qué tienen que ir a la oficina y perder tres horas al día en el Metro, si ya demostraron cuando peor estaban las cosas que su trabajo salía y muy bien. ¡Anda! Pues como toda la vida y nunca pasó nada. ¿O es que ahora por seis mesecillos y porque estaban asustados por si perdían el trabajo nos tenemos que creer que no van a acabar viendo la tele en pijama? Que no, Rodrigo. Que sí generalizo, que es así. Disciplina es lo que hace falta y sin vernos las caras es muy difícil. La gente tiende a la dispersión si nadie les vigila. La fidelidad, la entrega, la camaradería, eso se mide en la mirada, no me vengas con la milonga de los objetivos.

Y el corporativismo, ¿dónde queda? Con la crisis que nos viene encima. Yo si fuera ellos estaría más callada. Más…, ¿cómo te lo digo sin decir servil? Más predispuesta. No están los tiempos para rebelarse, diría yo, ni mucho menos para que no te vean el pelo en la oficina. ¿De quién creen que se van a acordar cuando haya despidos? Porque habrá despidos, claro que habrá. Que sí, que ya sé que la gente tiene miedo al virus, pero chico, cada vez que cojo el coche para ir a trabajar también me juego la vida y mira, ahí voy. Y con buena cara.

Oasis

¿Preparada para la noticia? Bien, pues ahí va: ¡tu hija ya no es becaria! ¿Has oído bien, no? Ya. No. Es. ¡La becaria! Ya ves, mamá, menuda pasada. Un contrato milagro en medio del caos, así que la próxima comida la paga tu hija pequeña. Ve pensando dónde quieres comer. ¡Pero no te pases! Claro que sé la suerte que tengo. Tengo amigas que las pobres están fatal. Peor que con veintiún años y ya vamos por veinticuatro. Sí, mamá, si no niego que tus rezos y tus velas a San Roque hayan sido muy útiles, que seguro que sí, pero digo que el que haya hecho bien mi trabajo también habrá tenido algo que ver, ¿no? 

Bueno, a lo que íbamos: empiezo el contrato el primero de septiembre. Sueldo bajito, pero digno que no es poco. Y además: voy a poder trabajar desde casa dos días a la semana. O si una semana no quiero ir porque resulta que estoy haciendo un trabajo de tal y cual y me concentro más en casa, pues no voy. O si una semana no quiero ir porque resulta que quiero ir a pasarla contigo a Tomelloso, pues no voy. Que sí, que no te preocupes, que no voy a bajar la guardia. ¿Por quién me tomas? Estoy muy agradecida por todo. Además, no es el trabajo de mi vida, pero me gusta lo que hago, aprendo, y como siempre me dices tú: hay que ponerlo todo en una balanza. Y ahora, una cosilla que quería pedirte. ¿Tú le podrías poner una vela a San Roque para que esto me dure, mamá?

Soldaditos de plomo

No veas la pasta que se está ahorrando la empresa con los soldaditos trabajando desde casa. Haz el cálculo: un edificio de cinco plantas en Chamartín. A dos mil quinientos euros el metro cuadrado. Y los becarios, que cobran cuatrocientos euros al mes, allí, ocupando un espacio que vale cien veces su sueldo. Porque estos todo lo miden así, ¿eh? Somos números, tía. La empresa se ha dado cuenta de que ofrecernos un espacio cómodo y adaptado no le sale rentable pudiendo no hacerlo. Han visto que los cabos y los soldaditos de plomo seguimos rindiendo desde casa o desde donde haga falta porque claro, comer hay que comer, así que de esta no volvemos, ya lo verás. Ni vacuna, ni milagro.

¿Pero tú no lees el periódico? Buena campaña política la que están haciendo a favor del teletrabajo. Las cosas son así: estos seis meses, mientras tú currabas como la soldadito que eres, en todas las empresas había un par de oficiales generales con tres almirantes encerrados en un búnker preparando la jugada. Habrán hecho números y ahora nos vendrán con que: fulanito y menganita, hemos pensado que en casa estáis muy bien, ¿a que sí? Encantados con la conciliación, claro que sí. Pues ahí os quedáis, muchachos. ¿Y la luz? ¿Y los gigas de Internet? ¿Y el agua del cuarto de baño? ¿A mí quién me paga todo eso, a ver? ¿Y la calefacción en invierno? Esto del teletrabajo es un engañabobos, te lo digo yo. El eufemismo de la precarización. La antesala del despido. La última jetada contra el trabajador. He dicho.

El lunes más lunes de todos los lunes

Guille, tú que eres mayor, anda, ven a deshacer tu maleta. Claro, las de tus hermanos las tengo que deshacer yo porque casi ni saben hablar, hombre, no te quejes tanto. ¿Pero tú no decías ayer que querías que te tratáramos como un adulto? ¡Tito! ¿Puedes dejar de gritar diez minutos? Fernando, por favor, coge a Manu y a Tito y entretenlos un rato que esto no hay quien lo aguante. Salid a la calle o lo que sea, este estrés no puede ser. Que dos horas después de haber vuelto de vacaciones ya se me ha olvidado de qué vacaciones hablo, por dios. ¡Guille! ¿Quieres venir a deshacer la maleta de una vez, por favor? ¡Tito, Manu! Venid aquí. Que vengáis os he dicho. Vais a bajar con vuestro padre a la calle mientras me quedo aquí con vuestro herma… ¡Ayyy! Pero Tito, hombre, ¡menudo golpe te has dado! ¿No te he dicho que pararas? Fernando, ¿vienes o qué? El niño se ha dado con la cabeza en la mesita de noche. Venga, Tito, no llores tanto, que no es nada. Mira, no tienes ni una herida. Ya pasó, anda, ya pasó.

Y tú, Manu, que pares de correr por la habitación, que está llena de trastos. ¿Quieres que te pase como a tu hermano? ¡Guille! Como no dejes de jugar a la consola, te la tiro por la ventana, ¿has oído? Sale volando y los juegos detrás. Venga, hala. Tito, ¿ya mejor?, ¿a que ya no te duele? Muy bien. Pues venga, con vuestro padre. Guille, tú también. No, ya no hace falta. Yo te deshago la maleta, mira qué suerte has tenido. Tú solo ve con tu padre y ayúdale a vigilar a tus hermanos. Eso, eso. Todos a la calle. Nos vemos en un rato, ¿sí? Fernando, id con calma, eh. Sin prisa por volver, que aquí hay trabajo de sobra. ¿Trabajo? Joder, lo había olvidado. Que mañana es lunes. El lunes más lunes de todos los lunes. ¿No me oye nadie, verdad? Muy bien: ¡¡¡cññpjjjspññrrr!!!

Paraíso

Pues ahora que ya nos hemos puesto tod@s al día de nuestro verano, y me alegro mucho de que lo hayáis disfrutado, vamos al lío. Cuando os convoqué para esta videollamada, ya lo sabéis, en el asunto decía “Vuelta a la oficina”. Pues bien, lo cierto es que lo que os voy a contar va de todo lo contrario: después de estos meses, de ver cómo han salido los proyectos, del compromiso, la confianza, el compañerismo, la motivación, la empatía y otra decena de cosas que tod@s los que estáis aquí habéis vuelto a demostrar, lo de volver a la oficina ya solo va a ser una opción. No me refiero a una opción en septiembre, ni en octubre. Una opción siempre. Yo misma me pasaré algún día cuando haga falta, pero, al menos de momento, no voy a volver. Primero, porque todavía no me siento segura. Segundo, porque he podido trabajar desde casa igual o mejor que desde nuestro “garaje”. Tercero, porque sí, he podido conciliar y, por lo que me habéis ido contando y si no es así necesito saberlo para cambiarlo, vosotr@s también. Y, cuarto, porque creo que dirigir una agencia que presume de atraer el mejor talento digital y que después de seis años de vida ha salido cuatro consecutivos en el ránking de “Best place to work” y tres como una de las startups que más crecen, tengo que dar este paso adelante con mi ejemplo.

Confío en vosotr@s porque sin vosotr@s, la verdad, de todo esto que os cuento, nada de nada. Confío en que sabréis hacer lo mejor para vosotr@s y para la empresa. Supongo que much@s me llamarán ingenua —por no decir otra cosa—, pero estoy convencida de que si hemos llegado hasta aquí, así, con un porcentaje de retención de personas del 95%, es porque intentamos ser felices. Así que lo que os venía diciendo: si queréis, seguís teniendo hueco en el número 2 de la Calle Acacias. Y si no, también. Además, estamos poniendo en marcha unos nuevos estatutos internos para asegurar que la decisión de trabajar en casa no pueda afectar a las promociones, salarios, etc. Muchos dicen que medir por objetivos no es posible. Estoy de acuerdo en que no todo se mide por objetivos, pero creo que la mayoría de las personas que insisten en esa idea lo hacen porque es más fácil vigilar las horas, que sentarse a marcar las metas. Y ahora, ¡abro ronda de preguntas!

Es que no

Gracias por cogerme el teléfono en vacaciones, Ramón. Ya siento molestarte. Pero bueno, necesitaba hablar contigo así en medio de agosto porque te tengo que decir algo importante. No, nada malo, no. Todos sanos, por suerte. Es que quería que fueras el primero en saberlo. No sólo porque seas mi jefe, sino sobre todo porque te aprecio y si esta decisión me ha costado más de lo previsto es por ti. Es que… Bueno, pues… Que no vuelvo, Ramón. Sí, a la oficina. Que no vuelvo. Es que no. No me veo. Lo he pensado mucho, en serio. No me he vuelto loca. En realidad llevaba un par de años dándole vueltas al tema y ahora, tomando distancia estos seis meses, pues como que lo veo claro, ¿sabes? No, no hablo del teletrabajo. Hablo de no volver en absoluto. Me ha costado la decisión porque eres un jefe increíble y todo eso y la verdad es que estoy muy a gusto con la empresa y tal pero es que…, es que no.

Este verano he estado leyendo mucho a Epicteto, y a Camus, y a Jean-Paul Sartre, que si libertad individual, que si libertad colectiva, y no sé, con todo eso he hecho un batiburrillo y me he montado una nueva filosofía de vida que no sé si será viable pero empieza por dejar el trabajo en la oficina. También a Jonathan Franzen, y a Milton, y a Rousseau. A esos también los he leído y bueno, pues como te digo, que necesito probar. Y sobre todo, no te lo voy a negar, sobre todo he leído a Buda. Claro, claro. Si yo sé todo lo que tengo que perder y que no es buen momento. Todo eso yo lo sé. Pero tal y como yo lo veo: tengo veintisiete años, sin hijos. Si no es ahora, ¿cuándo? Tú sabes que yo llegué aquí para un año y, la verdad, me ha ido bien y a ti te estoy muy agradecida por lo que me has ayudado pero, va en serio: si sigo ahí me ahogo. ¿Que qué voy a hacer? No te voy a mentir: no tengo ni idea. Pero volver, no. Es que no, Ramón.

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