Fotos: Roberto Gómez y Laura Sánchez
Crisis, pandemias y catástrofes son un fenómeno común en grandes ciudades como chilangolandia. Pero, desde que soy puerto morelense la calamidad es incierta. Si bien los locales dicen que el Caribe es muy cambiante y un día brilla el sol pero al otro es azotado por un huracán, nadie imaginaba que un evento de escala mundial como el covid-19 bañaría las cristalinas playas de Puerto Morelos al final de la temporada alta.
Puerto Morelos es un pueblito ubicado en la Riviera Maya; colinda con Cancún y Playa de Carmen; es un lugar donde pescadores locales, turistas y nuevos habitantes han enfrentado calamidades desde hace años. Hay un monumento que nos representa: el Faro Inclinado, que más allá de ser un ícono turístico es una muestra de cómo Puerto sobrevivió al huracán Beulah en 1967. Llegué hace cuatro años y lo primero que me dijeron fue un dicho: “pueblo chico infierno grande”. Tenían razón. Si algo he aprendido es que, en su resistencia, los puerto morelenses enfrentan males de la naturaleza, temporadas bajas de turismo y un constante miedo a ser blancos del crimen organizado.
El Faro Inclinado es un símbolo de resistencia de los puertomorelenses.
Y si bien con todo ello siempre se puede ver la manera de conseguir trabajo y llevar un sustento a casa, con el confinamiento la gente simplemente se está adaptando a una nueva realidad de encierro, trabajo o venta online y un contacto limitado hasta con la familia. Aunque Felipe, un viejo trabajador que promueve Puerto a cada gringo que visita la ciudad, me dice confiado que esto ya se vivió en 2009 con la crisis de la influenza. En 2009 el pueblo cerró por un mes y después todo se reactivó como si nada. “Si el coronavirus llega a México, seguro nos irá igual”. Estamos en la primera semana de febrero.
Pero cada vez más turistas empiezan a comentar las noticias sobre el nuevo virus que ha colapsado los sistemas sanitarios de España e Italia; se habla de los primeros casos en Estados Unidos. No es una realidad aún en México, pero en Puerto los primeros paranoicos sucumben y se hacen de un buen stock de material desinfectante. Trabajo en un restaurante y los empleados nos comenzamos a preguntar qué pasaría si el lugar cerrara. Es final de la temporada, no es un buen momento para quedarte sin dinero en el bolsillo.
Entonces la economía comienza a ser el motor de mi ansiedad. Como sea, puedes defenderte del virus –o al menos eso pensaba–, ¿pero sin ingresos? En los recientes tres años Puerto Morelos se ha encarecido por la creciente economía de la comunidad gringa. Las rentas son exorbitantes. Como chilanga, es imposible dejar de comparar estas condiciones con las de Ciudad de México. La vida como fuereña cuesta más; es más difícil de lo que parece y, como muchos otros que dejaron sus estados para vivir y laborar acá, he visto cómo todo depende de los extranjeros: dinero, vivienda y empleo. Tu trabajo es servir a aquellos que nos visitan para poder soñar con ese lujo vacacional que el extranjero tiene. Ahora, imaginar que no puedo siquiera aspirar a tener un trabajo que depende los turistas en el pueblo, me produce una inquietud que me mantiene en vela.
Llego a casa a decirle a Aldo, mi futuro esposo, que todo va bien. Que el restaurante nos han dicho que no piensan cerrar sino hasta el final; aguantarán hasta que de plano no se pueda abrir más. Le parece bien pues el restaurante donde él trabaja al parecer cerrará de inmediato. El dueño es un gringo y los gringos pueden ser muy asustadizos.
Una semana después ayudo a una amiga estadounidense youtuber “My TrishAdvisor”, a remodelar su canal. Está preocupada. No sabe si regresar a su país o quedarse en Puerto con su novio. La noticia de un inminente cierre de fronteras la mantiene alerta, sobre todo porque si eso ocurre no podrá ver a su familia hasta que pase la contingencia. La cosa se pone peor porque ha leído que muchas personas están varadas en Perú y otros países con un alto número de contagios. Entiendo su miedo, me imagino lo que significa ser extranjera en un país en medio de una pandemia sin saber qué deparará tu suerte.
Una mañana vemos en el muelle a los chicos de los tours de snorkeling y pesca tratando de promover sus actividades a todo aquel turista que pasa por ahí. Es evidente: la acción turística ha comenzado a cambiar. Hace dos semanas todos los negocios estaban llenos hasta el tope y ahora simplemente no se ven tantos rostros.
Toma aérea a las playas frente a la plaza principal, conocida entre los locales como “Ventana del Mar”.
En el restaurante no puedo evitar observar a una gringa que hace cara de horror frente a un paisano que tose impetuosamente en la misma mesa y, claro, sin cubrirse la boca. Cuando le llevo la cuenta a este último, escucho que la mujer le dice “sorry i thought you were sick, you know with this virus i don’t want to be in risk”. El hombre le responde que quien debería estar preocupado debería ser él y, riendo, agrega que en Estados Unidos hay casos reportados, mientras que en México no. “Usted sabe, está más segura acá”.
Una sensación helada me recorre mi cabeza; recuerdo que el canciller Marcelo Ebrard dijo que no cerrarán las entradas aeroportuarias a los extranjeros. Y es inevitable sospechar que todo aquel que viene a Puerto de Europa o Estados Unidos podría tener el virus y no hay manera eficiente de detectarlo aún en México, menos en un pueblito “ciudad” que solo cuenta con un solo hospital. Y es privado.
Es 3 de marzo. Día oficial en que mi restaurante deja de dar servicio. La última oportunidad para sacar alguna “propinita”, con la esperanza de que nuestro salario será pagado durante todo el mes de la contingencia. Los negocios alrededor de la Plaza Principal “El Casco Antiguo” están todos cerrados. También una protesta que exige no remodelar el parque. Las mantas siguen ahí, pero las personas no; las consignas están en silencio, Nadie lucha.
No más bares abiertos, el miedo crece y todos estamos encerrados en nuestras casas. Temerosos de contagiarnos por un virus que no ha tocado nuestras puertas. Ir al Chedraui es una odisea, pues no puede entrar más de una persona, a la que le limpian el carrito y le ofrecen gel antibacterial. Para este momento es imposible conseguir un cubre bocas decente. Y no falta la gente que no entiende de “sana distancia”, que se apretuja, que invade tu espacio personal, que rompe con todo.
A mediados de mes, la presidenta municipal, Laura Fernández Piña, anuncia las nuevas medidas para enfrentar la propagación: el cierre de bares y restaurantes obligatorio, lo que representa el inicio del fin para todos los que vivimos en Puerto. Muchos pensamos en buscar trabajo al menos en el súper como cajeros para poder sobrevivir en lo que llegan las famosas despensas del municipio, pero el terror de estar en riesgo es mayor. Es entonces cuando el virus, y no la economía, comienza a ser el motor de mi ansiedad.
Llega abril y con todo cerrado no queda más que pensar en un negocio que pueda darnos de comer. No falta quién anuncia en los grupos de Facebook venta de comida a domicilio. Y es entonces cuando a Mauricio, un amigo, a Aldo y a mí se nos ocurre abrir GROVERY, un servicio de súper a domicilio, aprovechando que contamos con tres vehículos, una motoneta, una bicicleta y una camioneta. Parece la oportunidad perfecta para sobrevivir y atacar el hambre que hace dos semanas gruñe en mi barriga. Mi amigo Robert me pasa la noticia de que la cerveza se agotará y como muchos otros empieza a abastecer su casa hasta el tope. Entiendo que es verdad eso de que el encierro es más grato con algunos insumos y el temor de no contar con ellos es más grande que el miedo al virus mismo.
Así que los que decidieron permanecer en Puerto hacen de nuestro negocio un fructuoso modo de sobrevivir, que entre el cobro de nuestro servicio y las generosas propinas nos permiten pagar nuestros sagrados alimentos. Es una realidad que los turistas residentes prefieren recibir sus suministros en la puerta de sus casas que salir para arriesgarse y convivir con nosotros, los que tenemos que trabajar para comer.
Mientras GROVERY comienza a andar, en las noticias locales vemos cómo la representante del sindicato de taxistas es detenida por los policías municipales. Aparentemente porque se quejó de forma altanera con el cuerpo policíaco ante un filtro sanitario que había sido instalado una hora antes sin previo aviso. Minutos después, la presidenta municipal avisa en su página web que habrá cortes de circulación en todo Puerto después de las 6 PM, así que los nuevos horarios para la venta de negocios esenciales va de las 7 AM a 6 PM, lo cual establece un nuevo horario de encierro para los habitantes.
El 7 de abril ocurre lo que temíamos: el primer caso de covid-19. Se trata de una mujer de 51 años. Hay pánico y rumores; algunos comentan que las autoridades deben decir de quién se trata para prevenir más contagios. Para tratar de calmar los ánimos, la presidenta municipal postea en sus redes sociales que el paciente es un habitante de Puerto, pero que está hospitalizado en la Ciudad de México. ¿Tendrá eso sentido? Es imposible desconfiar; pensar que se trata de una mentira con la que el gobierno municipal intenta evitar pánico.
Para este momento el encierro comienza a ser insoportable. Parece que el mundo entero se ha olvidado de Puerto Morelos. Las plazas están vacías y las calles desiertas, salvo aquellos que transitan a sus trabajos. Somos el sándwich del virus. El centro de un emparedado cuyas tapas de pan son Cancún, que tiene el más alto índice de contagios y toda la atención del gobierno, y Playa del Carmen, invadida de casos. El informe de covid-19 se ha vuelto el programa más visto durante la cena en las familias de Puerto.
Los espacios públicos permanecen cerrados en Puerto Morelos.
Extraño visitar la playa cuando dos malas noticias circulan en los grupos locales de Facebook. Por un lado, el gobierno plantea reabrir la vida laboral del municipio el 17 de mayo, justo en medio del pico más alto de contagios. Se nos considera uno de los municipios de la “Esperanza” gracias a los datos que refleja nuestro conteo municipal: dos casos registrados. La segunda: no hay cerveza por ningún lado, y los que la venden han triplicado sus precios. Esta bebida refrescante es oro, quien la tiene puede venderla y tener para comer. En mis pedidos me suplican conseguirla, pero todos los supermercados han agotado sus reservas y el único modo es comprarla clandestinamente en las tienditas escondidas en el pueblo, donde solo los conocedores sabemos que desde antes de la pandemia se vendía a deshoras.
¿Qué le deparará a Puerto Morelos? No lo sé. Por ahora parece que el gobierno se ha olvidado de nosotros. Las despensas del presidente Andrés Manuel López Obrador no han llegado a ninguna casa. No le importamos al gobierno estatal. El lunes 18 el municipio de Puerto Morelos reactiva sus actividades económicas y no puedo evitar pensar lo mucho que me asusta salir y exponerme. Municipio “Esperanza” o no, la realidad es que no hay manera de saberlo. En Puerto no hay laboratorios donde hacerse la prueba para detectar SARS-COVID2. Y aunque los hubiera, la gente no tiene los recursos económicos para pagarlo; dependemos de los datos que nuestro municipio reporta a la Secretaría de Salud. Pero, claro, ¿de qué vamos a comer? Los turistas están más asustados en salir que nosotros, y el gobierno piensa limitar aún más el tránsito desde fuera hacia dentro.
Creo que, contrario a los que piensan que podemos volver a la vida normal, nunca va a ser como antes. Felipe se equivoca, esto es muy diferente al H1N1. Este es el virus de entrar al hospital para no volver a ver a tus seres queridos. ¿Realmente nos queremos exponer a volver? ¿A contactar a los otros? Por ahora, yo no.