Fotografía: Ars Mortis / @ars.mortis
Mi oreja izquierda choca con tu ombligo. Tus jugos gástricos no hacen ningún sonido, solo se escuchan mis venas inflamadas mientras mis dos manos tocan tu espalda baja, precisamente ahí donde se te hacen dos hoyitos. No puedo estar por mucho tiempo en la misma posición, quiero lamerte toda. Comienzo por tus muslos interiores, siguen los huecos detrás de tus rodillas, me detengo en la cicatriz que tienes cerca de tu tracto iliotibial, para regresar al inicio del infinito campo que hay entre tus piernas.
Este lugar es estéril, un poco oscuro, fresco. La fricción de una piel con otra se alcanza a oír, estamos en silencio. Parece no inmutarte que nos descubran, al contrario, pienso que te excita. Entonces es cuando mi cabeza se hunde y mi lengua se desbarata. No emites sonido, pero sé que por dentro estás jadeando.
Es magia que estés aquí, tumbada frente a mí. Quiero devorarte. Alimentarme de tus entrañas, de tus lunares, de tus bacterias. Con un movimiento brusco te pongo bocabajo. Dejas desnuda tu galaxia, tu espalda asoma unas pecas fluorescentes; ahí, exactamente en tu trapecio. Son constelaciones que hacen un triángulo perfecto donde me pierdo.
Tengo cinco dedos en cada mano y en cada dedo una yema; cinco yemas que aprietan con fuerza tus nalgas pálidas, rosadas. Cada yema es una tenaza que oprime tu carne blanqueándola, para que después, a un ritmo semilento, la sangre regrese a su caudal y pinte de nuevo cada zona. No sucede, te resistes. Te siento molesta por mi brusquedad. Si te soy sincero, me duele que no me hables, que mantengas tu mirada gris fija en un punto, como se mira a las cosas perderse en el horizonte.
No es momento para detenerme por tus placeres. Ahora me toca paladearte desde las plantas de tus pies hasta los músculos semitendinosos. La nariz que tengo no es tonta, también reclama su parte, hace una radiografía de tu olor a roca húmeda, primero bocabajo, después bocarriba. Desde tu dedo gordo o Tierra de Fuego, hasta Kaffeklubben o tu último pelo castaño.
Me malgasto con el olor que hay entre tus montes, por momentos agrio, por momentos sintético. En cada uno de esos montes guardas dos bujías rosadas. Sé que te gusta que juegue con ellas, aunque solo lo grites a tus adentros. Eres egoísta, no te gusta que mire tus reacciones. No tienes para mí una mínima mueca, un guiño, un apretón de mano o de espalda. Eres soberbia, guardas para ti todo gozo, eso que te hace retorcer como caracol en sal.
Los bellos de durazno en tus pómulos siguen intactos, no así tu boca, guarda saliva seca entre tus comisuras labiales. Tengo que apresurarme, vendrán por ti. Alisto mis manos como barredoras para un último recorrido. Mi nariz se moja al recordar la temperatura de tu ingle. Comienzo desde el hombro izquierdo pasando por el pliegue que hay en tu cuello. De nuevo froto con la parte exterior de mi palma tus pómulos. Hago círculos con mis pulgares mientras acaricio tus clavículas. Sigues indiferente, con la mirada fija, como enojada, pero sé que no. Solo eres tímida. No soportas que llene de besos lo huesos de tu cadera, esos que salen como puntas de rascacielos en tu cintura, no lo soportas porque te dan cosquillas y por fin me sonreirás un poco.
Es magia que estés aquí, tumbada frente a mí. Parece no intimidarme los costotomos, el enterótomo, el escoplo y los fórceps que están regados en la plancha de metal. No me culpes. Solo quiero disfrutarte antes que hagan de ti una carnicería.