Fotografía: Cecilia Suárez / @cecileesu
Autorretrato en soledad.
Esta invita a mirarse. En otro pasado hubiera optado por pintar un autorretrato todos los días, sin tener muy claro el porqué, pero ahora decido hacerlo con palabras:
El cabello largo, cada día más largo,
como los cuentos, historias, notas, que me cuento;
como los hilos con los que mis manos danzan el oficio.
Soy el nudo entre el conocimiento de mi niñera indígena y la alta costura de los ricos, a los cuales no pertenezco, pero me cruzaba a menudo antes de este confinamiento.
Me falta barrio, me falta lana, intersección que viaja entre dos mundos y no pertenece a ninguno del todo.
La cara más redonda que cuadrada
a la par de los pensamientos que tarareo para convivir con “Tiempo”.
Una educación semi curva que deja ver a través de la celosía los ideales de una clase media, media alta, que en los años setenta fue una promesa.
Ciudad Satélite como una promesa, mi educación como un trofeo poco útil.
Artista por convicción, dibujante por antídoto a mi propio olvido.
Tejedora por una necesidad de escribir desde el tacto de mis manos.
No muy correcta, un tanto vergonzosa.
Mi sonido más reproducido inconscientemente es: “Lo siento”.
Siento ser quien soy, porque cuando me descuido y me escapo
se me deja ver la dislexia, las palabras inventadas y la cara redonda, sucia,
se me dejan ver las emociones espontáneas y la honestidad áspera,
se me deja ver la resistencia a volverme un objeto para él, para ellos.
Amante de los espacios, buscadora de todo aquello con el potencial del hogar
pero ahora más que nunca exploradora inagotable de mi casa del momento.
Caminante descalza para entender el suelo recorrido, los trayectos compartidos.
Pies ásperos, mis piernas tienen una memoria más nítida que mis recuerdos.
La piel seca como un detonante a los rituales de cuidado del cotidiano.
Las orejas cargan siempre con algún objeto que cuente un cuento en su hechura, en su forma, tamaño, material. Eventualmente quedarán olvidados en alguna recámara ajena, en una historia breve. Si se quedan y vuelvo, quiero seguir escuchando, contando.
Los ojos honestos, les he enseñado a mentir, pero nunca han tenido el mismo idioma.
Cada uno viendo verdades diferentes, uno miope y el otro astigmático.
Anteojos como un puente para comunicarlos entre ellos y el mundo,
dentro de lo que cabe, parecen mantener una conversación medio funcional con el cotidiano.
¿Cómo llegamos Soledad y yo a esta casa?
Me enseñaron a gustar, a estar a la altura, a no decirles que NO a los hombres.
“Te vas a quedar sola”, me decían las mujeres mayores a mi alrededor, por tu carácter, por tus lágrimas.
Me enseñaron a poner las necesidades de ellos por encima de las mías.
¿Educación? Toda la que fuera necesaria, no para que fuera la herramienta que labrara mi futuro, sino como un accesorio que sumara puntos a cuánto interés podría despertar en el otro. Estudiar Artes era para muchos de mis cercanos una confirmación de su ignorancia, una carrera mientras me casaba. No entendieron que mi ideal tampoco era casarme y bajo mi lógica su prejuicio no tenía cabida.
Quedarme sola… y en cuarentena. Con veintiséis años, con la piel tersa, con el cuerpo firme y sin hijos. Mi madre a mi edad ya tenía a mi hermana y probablemente estaba embarazada de mí. Me pesaba la belleza porque me parecía repulsivo que los hombres se relacionaran conmigo a partir de ella, sin embargo, mi mejor estrategia fue vincularme a partir de ella. No molestando, cumpliendo, quedándome sin aire para respirar, pidiendo que me cuidaran, siendo, según el poco entendimiento de uno de ellos, el esclavo de “La dialéctica del amo y el esclavo” de Hegel. Seguro ni él mismo tenía claro lo que significa el concepto y solo estaba intentando aplicar el mansplaining.
Me había convencido de ser una puta después del abuso, me sentía asquerosa y repulsiva. Este pensamiento se coció en mí, así como se remienda una camisa, como se cuece una sopa. Con mi cuerpo podría conseguir lo que quisiera.
Así, puta, aprendí a mirarme y pedí que me miraran desde ahí.
A veces solo nos falta aire para respirar. Todo fue tan seguro, tan poco posible, con muy poco espacio para practicar decir NO. El NO con más fuerza y a veces quizá con menos vergüenza. Y sin embargo, nunca pude decir que no cuando no quise tener sexo. La voz de otras mujeres se seguía haciendo presente:
“Los hombres tienen necesidades y si tú no las sacias van a buscar la forma de llenarlas”.
Así fue como aprendí a separar mi cuerpo de mis pensamientos e hice de él mi propio esclavo de placer. Y mis ideas me las quedé para mí y para estas páginas.
Y me importó lo que yo pensaba. Entonces, después de seguir en esto y sin darme cuenta, apareció alguien que se interesó en mis ideas y no me vio con asco ni con la confusión con la que yo había aprendido a mirarme. Y le interesó lo que pasaba en mis pensamientos y dejé de ser quien tenía tan aprendida, tan metida en las entrañas. Y me importó lo que yo pensaba.
A esa yo de otra vida la conocía muy bien: bonita, inteligente pero nunca más que un hombre. Eficiente, bien educada y buscando la vida que mi sociedad me había dado. Esa misma me pedía a susurros a donde me fuera, que le fuera fiel a los ideales, que la siguiera reproduciendo.
Ahora ya no está.
Soledad, sí. SOLA.
A esas otras mujeres también se les olvidó mirar que conforme crecía, iba animando cualquier cosa en mí caminar, así aprendí el arte de traer a la vida. Ponía atención en la hechura de las cosas, en sus materiales, les ponía nombre y hablaba con las paredes. Haciendo esto rigurosa e inconscientemente formé una parvada de objetos-cosas-compañeros bastante simpáticos. Se les olvidó que un gran amante son los proyectos, la pasión por un sueño, los poemas y compartir las ilusiones de aquellos que están en el afecto.
Hoy estoy con Soledad y me siento con la grandeza de llorar y bailar por la madrugada, bien alto. Y con la dignidad de incomodar un poco a mis vecinos por esto, de gritar fuerte y claro NO cuando sueño con el abuso. Estoy aislada y sin ganas de gustar y sin miedo a ser demasiado emocional. A veces, llegan a mis pensamientos las imágenes de mujeres cercanas a mí y otras de mujeres que no pudieron decir que no, por su contexto, por su historia, por su época, por su comodidad y por mil razones más. Y con un guiño de agradecimiento por una vida de cuidado y confidencias, hoy puedo decirles con un gesto en la mirada: AHORA NO.
En estas paredes y durante la primavera que se volvió verano y otoño, surgió de mi piel una cómplice de nombre Soledad. A su vez se presentó mi nuevo roomie llamado Tiempo. Junto con ellas se tejió esta secuencia de notas sobre objetos-sucesos-compañeros que habitan este espacio.
Tiempo: Tiempa y cuatro paredes desbordadas.
¿Cómo estar en casa con todo aquello que está vivo? El barro de la taza, el bonche de telas de proyectos fallidos y de algunos próximos, los hilos, los pigmentos.
TIEMPO
Esa sí que está.
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Antes pensaba que el tiempo era algo que se habitaba y ahora pienso que también es algo que se acompaña. ¿Cómo se acompaña a Tiempo con un petate de palma tejido a mano y una mesa de madera vieja que en otros tiempos fue un carrete de cuerda de las fábricas textileras que, durante una década (quizá me equivoco), fueron la promesa de nuestro país? Se nos adelantó Brasil, o quizás sólo estamos demasiado cerca de Estados Unidos.
Cajas de cartón Nueva York, sistema de salud colapsado Ecuador.
Estamos demasiado cerca de los Estados UNIDOS.
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Y al día de hoy ni un muro como el de la muralla China podría separar la situación que se vive de aquel lado y de este lado. Un presidente dice, entre muchas cosas, que el cloro ayuda a combatir el virus, un matrimonio decide tomar un vaso con cloro, él muere por esta acción, no por el virus, ella camina la delgada línea entre un universo y otro. Otro presidente sale en las noticias con imágenes de santos como escudos protectores, hasta hace unas semanas se decía que se celebraría el cristo de Iztapalapa, gracias a algún Dios esto tomó otra consciencia y se comunicaron las medidas necesarias, no por tradición sino por la atención al presente, al nuestro y a muchos presentes que están enfrentando otros y que para bien o para mal ahora lo que pasa allá, un poco lejos o un mucho cerca, nos concierne.
El Sábado Santo, en la parroquia frente a mi casa salía un río de gente con una fe envidiable.
Recomendación:
En caso de no poder asumir una creencia, haga una mixta e hilvane en el tapabocas al santo de su preferencia.
Cada uno con su cuál cosa, cada uno en una situación tan cínica y paródica que ya no es necesario el humor negro, ya no es necesaria la puesta en escena pues los hechos van mucho más allá de cualquier posible reflexión por medio de la representación.
¿Cuáles son las posibilidades de la herramienta del humor ante esta situación?
¿Podemos verdaderamente reírnos? o esto es una reacción nerviosa de lo que tenemos enfrente de nuestra nariz, de nuestra garganta, del contacto con el otro.
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Tiempo se presenta en casa con una postura arrogante, con su conocimiento intenta llenar los días. Una mañana infinita e inundada de incomodidad, Tiempo mira a todo volumen un filme de Agnès Varda.
¿Cómo hubiera documentado esta situación Agnès, a través de escenas microfílmicas, extremadamente, cercanas, íntimas, cotidianas? ¿Acaso hubiera sido ella capaz de ver el virus con ayuda de su lente, con su magia y calidez? ¿Hubiera podido detectar y frenar en alguna medida al virus, de la misma forma como filmó a su esposo y las memorias de su niñez, desde muy cerca los últimos días de la vida de él?
Este documental es un gran homenaje a la vida, una vez que la muerte está aún más cerca que las escenas microfílmicas. ¿Cómo podemos desde casa rendir homenaje a la vida de todos aquellos que están muriendo con la “sana distancia” sugerida? ¿Cómo podemos cargar de valor simbólico, ritual, las cajas de cartón, las bolsas de plástico? ¿Cómo podemos hacer un rito de pasaje que acompañe a los que pierden a un ser querido, rápido y de forma casi invisible?
Agnès no vivió esto desde las micro escenas de su casa, pero dejó su trabajo como una posible respuesta. Quién sabe cuál era la pregunta.
El filme termina y Tiempo propone de ahora en adelante hacer cada mañana una lista de grafías sin fin, en un guiño de honor a la obra de Mirtha Dermisache. Los trazos que hacemos son parte de todos los idiomas y de ninguno, tienen una fonética del silencio. Cada trazo genera vacíos flexibles que se moldean según la lectura individual generando nombres posibles. Nombrar con nuestras manos como una resistencia a la lejanía de la materia plástica, a la forma impersonal de las cajas de cartón. Decidimos escribir con tinta de Cempasúchil como un gesto de acompañamiento simbólico a ese mundo otro.
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Tiempo toma una libro sobre historia del arte, deja dobladas la sección de romanticismo alemán y a su vez la pintura Autorretrato # 3 de Elaine de Kooning, y remarca con un marcador horrible el año en el que fue pintado: 1946.
Al final de cada día recorro la casa guardando los despliegues de Tiempo, al cerrar y guardar el libro viene a mis pensamientos una imagen compuesta, la pintura El caminante sobre el mar de nubes, de Casper David Friedrich junto con el Autorretrato de Elaine. Haría un meme de esta pintura para difundir en mis redes sociales. En un segundo plano estaría el caminante con un celular, en Instagram transmitiendo en vivo desde el abismo. En un primer plano estaría ella, retratando esta acción con su tablet, volteando a ver al espectador con esa mirada desafiante, como si al realizar sus trazos se le revelara algo que al resto de nosotras se nos mantiene oculto, algo tan puntual como lo visto por Agnès en su cámara, y lo registrado por Mirtha en sus escrituras. ¿Será que Elaine tuvo algún tipo de premonición sobre la muerte de Kennedy?
Transmitir en vivo como una forma de distanciamiento no de la otra persona, sino de la situación. Seguir haciendo ficción en la medida en que esto es una estrategia para estar. Estar atentos a seguir alimentando nuestros perfiles virtuales. ¿Qué pasaría si también desaparecemos de ahí? ¿Podría ser el contenido que consumo en Instagram una promesa?
¿Qué pasa con las promesas? ¿A dónde se las lleva el viento?
Será que habrá algún lugar acumulado de ellas, de la misma forma en la que se acumulan los dulces de las piñatas una vez que llegan a sus nuevas casas. La piñata es una invitación al encuentro colectivo y es al mismo tiempo una casa temporal, hasta que un quiebre bastante estruendoso la deja por todas partes, así como este virus. Lo interesante de este quiebre es que siempre tiene un sonido diferente y, sin embargo, es un RECUERDO fijo en la memoria.
Intento hacer el sonido del quiebre, ¿cómo sonará el virus? Parece una tarea imposible de realizar si no pertenece a un momento espontáneo.
Pasa lo mismo con los cohetes y los disparos.
Los dulces acumulados, el viento y las promesas.
Los dulces forman una montañita y en ella se posa Tiempo tomando el viento y la resolana de las tardes, algunos días el sol matutino. Las envolturas van perdiendo su color y la fuerza del plástico que las contiene. Cualquier día paso y como un dulce, solo para disminuir el montículo y para cooperar con mi ansiedad de la tarde, lo hago por un gesto nostálgico, como un guiño a mi infancia.
PEDESTALES MÓVILES en mudanzas, en tránsitos siempre en cuerpo y manos de un nuevo pasante pero la mesa en la que escribo es de madera y no parece industrial, parece que tiene una historia, que su hechura me puede contar más de ella, de su proceso y trayecto. La búsqueda infinita de la conversación con el petate de palma, del carrete de cuerda, de la mesa en la que escribo.
¿Cómo hubiera sobrevivido mi aislamiento con una casa vacía? Probablemente bailando todos los días para llenarla de movimiento. Como un gesto neurótico que reafirma la condición vacía del espacio. Veo al vacío mientras intento generar una secuencia de movimientos de mis pies. Tiempo observa fijamente el dibujo que mis pies dejan en el polvo del suelo con una mirada desafiante.
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Tengo terror de mirar debajo de la mesa, ¿Qué haría si me encuentro un sello que dice hecho en China y hasta venga la dirección de la fábrica? ¿Qué pasaría si viene de CHINA?
¿Acaso eso hace mi encierro absurdo? ¿Por qué cuando el virus estaba solo en China era mucho menos amenazador? Y sin embargo, a pesar de la cercanía, muchos asiáticos siguen saliendo, eso sí, vigilados hasta los huecos entre diente y diente ¿Por qué la lejanía parece hacer las cosas borrosas e incluso invisibles?
¿Qué haría con un objeto que me puede contar tan poco? Que no tiene todos los prejuicios por los que guio mi vida, esas etiquetas de hecho a mano, ver las cicatrices y defectos de los objetos. Decido no mirar, no encontrar alguna pista que rompa mi necesidad de buscar historias. Le doy cuerda al hilo de mis ideas sobre cada objeto. Probablemente sea la única forma de tolerar esto.
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Esta es mi errante necesidad de hablar y contar historias como un antídoto.
Recuerdo tu mirada cálida, diciéndome que me amas por esta necesidad, pero en algunas ocasiones no hay historia que contar. PERDÓNAME si decido hacerlo esta vez porque no encuentro otra forma de estar, Tiempo a momentos me parece un roomie fatal. Es invasivo, lento, no lava los platos, deja los libros por toda la casa, suelta comentarios con un aire de pretensión y cuando no lo hace, es tan silencioso que incomoda tanto como el silencio de las salas médicas.
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En la geografía que habito tenemos una pandemia que es una vieja conocida, tiene diferentes caras. Es difícil poder identificar cuándo empezó y si existe alguna causa específica. Quizá unas de las semillas vienen desde los colores, la iconografía o las notas musicales y letras de nuestro himno nacional:
Mexicanos al grito de Guerra
Tiempo propone hacerle una modificación al día de hoy:
Mexicanas al silencio radical, una vez que los gritos y lágrimas han sido pasados por alto.
(Paro laboral 9 de marzo del 2020)
El silencio como una estrategia de impacto, ya se ha dicho todo. ¿Y si solo con ese espacio que va más allá de las palabras, con el cuerpo presente, te pudieras dar cuenta de tu atrocidad, de tu forma de esconder, de tu monstruosidad, de lo mucho que somos indispensables en la vida?
Recuerdo mi sensación pasada del 8 de marzo, la sororidad e ilusión de un futuro diferente. Cuando salgo pienso que si me pasara algo sería torpe y complicado buscarme, buscarme podría ser contraproducente al encierro.
Encontrar vs. Infectar.
La toma de las CNDH hacen que mi pensamiento anterior se anule, me recorre la piel ver a mujeres llenas de rabia y amor. Reescribir la historia interviniendo los espacios exteriores e interiores, volteando las representaciones que ningún valor tienen en la urgente lucha latente.
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Poner una naranja sobre un plato, sobre un mantel sobre la mesa que probablemente viene de China tres horas antes de la cena. Solo por tener claro que la naranja está a punto de ponerse rancia y por la agradable sensación de tener la cena lista con anticipación. Creo que a estas nimiedades solo se llega una vez que Tiempo: sigue invadiendo, o se coopera con ella, o me seguirá ignorando y continuará sin lavar los platos.
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La silla verde que es de metal, de esas que hay en los tacos: La silla corona. La pinté de verde mate para maquillar y ocultar su naturaleza. Tal vez así no me vería obligada a echarla fuera de casa, tal vez solo así podía tener un espacio casi vacío, con una silla verde en medio que es honesta por su forma, por ser plegable, por su inmediatez y funcionamiento, pero que la he forzado a que me mienta desde su superficie. Y entonces cualquier día en el que alguien se tome el riesgo de visitarme o yo sin darme cuenta la raspe con algún cierre, jugando con mis manos alrededor de ella, y la pintura se desprenda como un sticker, me daré cuenta que las formas siguen diciendo más que las superficies. Exploro la silla con mi cuerpo, Tiempo pasa a mi costado y murmura al aire:
Anni Albers, los materiales como otra posible respuesta, ella entre dos guerras, nosotras en una pandemia.
¿En qué se parece la pintura verde mate a un cubrebocas? Que ambos son parte de la superficie. Aquí cada día se usan más, no son una certeza, pero cualquier gramo que suma parece propositivo, cualquier día en que la gente se queda en casa se salvan vidas. Esto parece tan irreal como las distopías de Netflix y tan cierto como las cifras que se arrojan en los periódicos cada día. En México los cubrebocas los tenemos de forma invisible desde hace tiempo, los tenemos hasta las entrañas. La palabra es un arma y esto me hace pensar en Cecilia Vicuña y me llena de ilusión utópica que pudiéramos usar las palabras para palabrar y para hacer palabrarmas como ella en sus piezas. Un país con cubrebocas desde hace más de setenta años. Pensar en la palabra común parece un atentado. Mientras me sigo poniendo mi cubrebocas cuando salgo por lo necesario para vivir, pienso en nuestras divisiones, en las mil verdades posibles de un mismo hecho.
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Busco otras maneras de pintar. Una bandera me visita en mis recuerdos, las banderas colgadas en los balcones de Cataluña. Los balcones como pequeños megáfonos visuales de posturas políticas colectivas e individuales de esta pequeña república llamada mi casa, su casa. Es el momento en el que puedo utilizar mis conocimientos textiles, los retazos de proyectos inconclusos teñidos con los remanentes de mi consumo, para hacer una bandera y evidenciar el cuidado y reciclaje como práctica central de este espacio. Bordo en ella una sugerencia para todo pasante, la cual dice que si se puede quedar en casa que lo haga, que resista un poco más y no salga al llamado nocturno del sonidero, del matutino carrito de tamales; del encuentro. Hago esta pintura en forma de bandera para colgarla en la ventana que da a la calle. Hacemos una segunda de mayor dimensión para salir todas las tardes de esta primavera, verano, otoño para ondearla en la azotea solo para tener una rutina y con ella seguir teniendo la cuenta de los días y no perderme en el abismo que Tiempo trae consigo a la casa.
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Debido al cariño desarrollado, Tiempo cambia su nombre a Tiempa, ella se apropia de mi esquina favorita. La suculenta cada día se vuelve más desordenada como mi cabello. Hoy pensé en cortármelo, hoy pensé en transportarla. Y cuando vuelva a crecer es deseable que ya pueda salir de casa, que mi compañera encuentre otras casas. Ella la llena de polvo y desastre, las hojas secas se meten debajo del sillón intentando escapar a mi vista, buscando generar ecosistemas en las oscuridades de los muebles. Tal vez me corte el cabello cuando pueda salir de casa para hacer constar de mi relación con Tiempa y los centímetros que se han sumado desde su llegada.
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Aún mantengo uno de mis tres ingresos como trabajadora independiente y todos los días hablo con Tiempa sobre la fragilidad de éste. Su silencio pasó de ser incómodo a ser comprensivo.
Mientras dure el trabajo, sigo bordando.
Si esto termina no habrá anuncios que digan: “Se buscan artistas”. Habrá departamentos con rentas baratas y una oferta amplia de locales con el reciente recuerdo de negocios empacados.
Cada lugar tendrá que rehacerse desde las ruinas en las que se ha quedado. Habrá que concebir el futuro desde un lugar sin arraigo, desde un derrumbe invisible y con urgencias latentes. Somos grandes inventores de trabajos, quehaceres, labores, oficios y futuros desde siempre.
El tejido se llenó de un virus invisible que deshizo y borró parte de él; dejó una cantidad innumerable de vacíos, de ausencias, de silencios, algunos necesarios.
Por las noches a veces tejo con Tiempa, cada una de un lado hasta que nos quedamos sin hilo, lo deshacemos y volvemos a empezar. Pensamos en Penélope y en silencio intentamos encontrar respuestas, pero sobre todo preguntas. Antes de dormir ella continúa sola, la veo por la franja de la puerta entreabierta, juega entre sus dedos el estambre de lana, lo separa y quiebra, lo anuda e ingenia formas de rehacer el tejido desde cualquier espacio posible que emerge del momento presente.